saltar afuera y danzar

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saltar afuera y danzar
degenerar/lo todo cada vez otra vez
O lo singular es político

ferba

La fuerza casi invencible del lenguaje está en su debilidad,
en su permanecer impensado y no-dicho en aquello que dice
y en aquello de lo cual se dice.”
Giorgio Agamben, “Para una teoría de la potencia destituyente”

Una fuerza que se asienta en una debilidad, eso resuena en mí.
Varias cosas hacen que haya querido estar en el encuentro de Casa de Filosofía sobre “Lo destituyente”: primero, la amistad con algunxs, la invitación a ser parte de algo provisoriamente, precaria-mente parte, de lo que sea: la construcción de algo o su destrucción, el robo de un banco, una orgía o un seminario, la sola idea de que hay algo único y colectivo a la vez que cada unx entre todxs puede dar, entregar, des/poseer de sí en un nosotrxs siempre provisorio, a destituirse pronto y mutar siempre; me afecta, hace que desee sacar a la cuerpa de sus cuevas ontológicas, de su autoerótica autocomplaciente, aunque también reparadora, restituyente de un mínimo de cohesión vital. Después, la idea de destituir, destruir, deconstruir, des/erigir, des/erectar, desfalicizar, des/evidentizar, desmantelar, desarmar, desamar, desandar, demorar, derivar, delirar, degenerar y una larga lista de des y de, prefijos de negación e inversión, allí se ha jugado gran parte de mi sobre/vida.
Hace ya tiempo parece que hablo mucho de mí, no estén tan segurxs.
Hablo desde mí, que es la mejor manera de no hablar por otrxs y a su vez hablo de ese otrx que soy, que me es. Hablo desde mí para no ser hablado por otrxs. Hablo desde esa otredad que soy. Y porque, si como nos enseñaron las feministas allá por los 70, lo personal es político, lo singular, digo yo, también lo es.
Cuando era niñx me resultaba muy incómodo e incomprensible cuando, en algo, todxs estaban de acuerdo y hablaban para reafirmar la evidencia de algo… “¡obvio!”, decían, “es lo que yo siempre digo”, “claro” y yo empezaba a sentirme mal, muy mal, porque a mí no me parecía claro, ni obvio y me inquietaba mucho esa unanimidad, me expulsaba, y en mi cabeza se disparaba una máquina de pensamientos que contradecían lo común, lo sobreentendido, lo claro.
Otra experiencia infantil me generaba angustia; casi el doble de la primera experiencia, pero esta vez sin otrxs −al menos sin otrxs afuera− en mi propia cabeza, cuerpa, ser o des/ser, como prefieran: pensaba algo y me parecía verdadero e inmediatamente pensaba lo contrario y me parecía verdadero también. ¿Cómo podía ser que una cosa y su contrario fuesen verdaderas?
Vivíamos en dictadura, mi familia era una familia de izquierda, es decir, los acuerdos acerca de lo que estaba bien y lo que estaba mal −al menos ideológicamente− no eran muy cuestionables.
Además, ¿cómo oponerse a padrxs que abogaban por la revolución, la libertad sexual, que leían La muerte de la familia de Cooper y hacían que nos bañáramos todxs juntxs porque la vergüenza era producto de la represión sexual burguesa? Lo intenté, lo juro. Con mi hermana nos hicimos católicos, nos bautizamos y luego hicimos la confirmación, ante mis padres ateos militantes que lloraban −literalmente− ante esa capitulación ideológica. Hacíamos vigilias toda una noche en abstinencia de comida y sueño y rezando. Claro, allí algo de ese triunfo sobre mis padres comenzó a fisurarse: yo entraba en una suerte de alucinación histérica con Cristo que se me aparecía como una figura erótica, de un erotismo rayano con lo porno y francamente gay. Supongo que a mi hermana le pasaría con las vírgenes, ojalá, se lo deseo…
Entonces hube de destituirme ante esa de/generación de mi supuesta vocación religiosa.
Pero si, como propone Giorgio Agamben, pensar una potencia puramente destituyente es pensar en algo “que no se resuelva nunca en un poder constituido”, eso no será tan sencillo.
Y claro que yo asentía al repudio a los militares, al apoyo y solidaridad con compañerxs presxs y perseguidxs y con la idea de la revolución y el socialismo y la lucha. Y claro que fui parte de la organización en mi ciudad de la comisión de madres y familiares de detenidos y desaparecidos, y claro que fui dirigente estudiantil en el liceo y luego consejero estudiantil en la universidad, y claro que pertenecí al MLN tupamaros y claro que me fui, nos fuimos en la primera y única vez que yo sepa que a una organización de izquierda se le va toda su juventud, dado que no sentíamos tener un lugar ante la hegemonía de “los viejos”. Nueva destitución, esta vez colectiva, dolorosa, vendrían otras… aunque yo no lo sabía.
Después vino el psicoanálisis y otros des me convocaban, analizar cómo descomponer, desarmar algo, ir más allá de su supuesta unidad, casi una química del espíritu, desaparentar, desenmascarar la respetabilidad burguesa del yo, hacerle lugar a lo sexual-pulsional, a los deseos y las fantasías, a la destructividad y la agresividad inconcientes. Pero claro, allí estaban el Edipo y la castración y la diferencia anatómica de lxs sexos y la perversión, otros “acuerdos”, otros “claro”, otras evidencias que nuevamente me expulsaban.
La asimilación, la inclusión, nunca fueron opciones para mí. Sí la confronta-ción, sí el camuflaje, sí el hackeo desde adentro, sí la conspiración silenciosa, la sedición, sí la traición genetiana, sí la disidencia, sí la fuga, el saltar afuera y danzar.
En el 2015 hicimos “Arte degenerado” en la Colección Engelman-Ost; allí fungí desde la curaduría. El texto curatorial era en realidad un manifiesto, casi o sin casi un panfleto. Siempre me gustaron los manifiestos −aun o quizás por eso mismo− sabiendo que están hechos para caer, para dejarlos caer y hacer otros que también caerán y así, una suerte de bandera inútil que flameará solo un instante antes de desaparecer o mutar o devenir otra cosa. Allí la apuesta era:

en guiño irónico y apropiacionista de la muestra nazi de 1937; como acto de apropiación y de puesta en cuestión del género. Degenerado, fuera de género, un arte que se aparta del binarismo femenino-masculino, hombre-mujer, heterosexual-homosexual, activo-pasivo, fuerte-debil y un largo etcétera. Arte queer, marica, torta, trans, frívolo, ligero, atolondrado, arte performativo, arte lésbico, arte travesti, transformista, arte puto, puto arte, arte raro, rarito, sospechoso, arte no identitario, arte loca, arte drag queen, drag King, arte bi, tri, a-sexual, intersexual, arte SM, postporno, fàrmacopornogràfico, arte andrógino, antipatriarcal, arte postfeminista, decolonial, mestizo, ambiguo, impuro, engañoso, arte inútil, arte desviante, disidente, arte en apuros, arte mutante, arte de experimentación corporal, arte degenerado.

En esa ocasión quise hacer una esvástica de consoladores y dildos… no me dejaron.
Lxs dueños del local, judíos, habían perdido a sus familias en el exterminio nazi y no se arriesgarían a un atentado neonazi. Me costó entenderlo y cedí, a veces ceder puede ser también un acto político. Como en la autotomía, amputación o mutilación voluntaria de una parte del cuerpo, con la que algunos animales logran escapar de un depredador o en la tanatosis o inmovilidad tónica o postcontacto, “hacerse el/la muerta” como último recurso de sobrevivencia. Virtudes de lo in/activo.
Pequeña digresión: no hace mucho alguien en análisis hablaba de las ventajas de la invisibilidad, en oposición a la lucha por la visibilidad, que es parte de las luchas de muchas subalternidades.
Fue a partir de esa muestra de arte que se me ocurrió que una traducción posible, traducción salvaje, claro, de lo queer podría ser “lo degeneradx”. Algo que también puede ser un insulto y algo de lo que apropiarse reencarnándolo semióticopolíticamente. Así surgió “Zona degenerada” (espacio de trabajo en teoría queer, transfeminismo y psicoanálisis) y ahora De/generar psicoanálisis, libro en el que intento cruces y tráficos entre psicoanálisis/decolonialidad/teoría queer/transfeminismos/intersecciona-lidad/arte contemporáneo/antihumanismo/ antiespecismo/anticapitalismo y economías políticas de lo afectivo.
Son muchas las apuestas “nocionales” −prefiero llamarlas así para no llamarlas teóricas, lo que me parece más falsamente consistente− destituyentes que en estos años me han afectado: deshacer el género de Butler, invertirlo todo de Halperin, dejarse caer, desertar con Tiqqun, las promesas de lxs mosntruxs de Donna Haraway, el delinking o desen-ganche decolonial de Mignolo, la desposesión también de Judith Butler y Athena Athanasiou, la destitución subjetiva en Lacan, la desidentificación en José Esteban Muñoz, el arte queer del fracaso de Jack Halberstam, habitar cómo pájaro de Vinciane Despret (en tanto deshabitar lo humano especista), la dysphoria mundi de Preciado, el pensar con el bosque con Eduardo Kohn o la cosmopoliteia de Eduardo Viveiros de Castro y Deborah Danowski o la metamorfosis de Emanuele Coccia en que lxs humanxs somos una creación de los vegetales, esos seres alienígenas sin los que la vida no sería posible; e incluso en su momento −hace ya mucho− el pensamiento débil de Gianni Vattimo y el Wu Wei (no hacer) taoísta y casi toda apuesta que fugue de una erótica de lo épico, lo fuerte, lo activo; “todo lo que se yergue es fálico”, dijo alguien. Potencias del impoder.
De más está decir, o tal vez no esté de más, que la ecuación que yo hago con esa multiplicidad ecléctica de epistemes y ontologías es muy antojadiza y fácilmente destituible. Me tomo muy en serio lo de “caja de herramientas” de Foucault, casi como una invitación o un convite a usar y abusar de teorías y autorxs sin esconder ese uso.
Claro que nada es claro y es obvio que no hay nada obvio, porque ¿cómo pedirle a alguien a quien le ha sido negado su ser subjetivo y político que no se ubique identitariamente? La identidad es un lujo que solo algunxs han detentado, probablemente lxs mismxs que hoy queremos deshacernos de ella. ¿Cómo insinuarle a alguien desposeído de casi todo que desee la desposesión? ¿O a alguien que no puede sino fracasar que fracase mejor¿ ¿O a alguien racializadx que la raza no existe?
¿O a un/a destituidx de la dictadura que en realidad fue favorecidx por ella?
¿O a un/a familiar de desaparecidx que es buena cosa no apegarse a una metafísica de la presencia?
Hace unos años, un analista de la misma escuela de la que aún no me destituyo −al menos no del todo− hablaba de lo poético del insulto. Algo se activó en mí que me hizo preguntar inopinadamente: ¿y puto? ¿Qué es lo poético de puto? Eso generó una incomodidad general que hizo que deseara haberme callado la boca, cosa que no sé hacer demasiado. Yo entendía lo que esa persona −que además es un amigo y hoy trabajamos juntxs en otros proyectos− quería decir con la dimensión poética del insulto, pero algo de esa injuria en mí aún dolía, aún me constituía y no podía no hacer interferencia en ese acuerdo de escuela.
Algo de ese “veredicto” de lo social, vehiculizado como insulto, como diría Didier Eribon, no solo nos afecta sino que nos constituye como sujetxs. Jean Genet ya lo sabía en Diario de un ladrón o Gloria Anzaldúa, chicana, lesbiana en su deslengua en Borderlands.
En el argumento el con que se convocaron estas jornadas aparecía la pregunta: “¿qué implica el gesto de salida destituyente que no busca oponerse a estas instituciones sino, más bien, desactivar la necesidad que tenemos de ellas?” Esa pregunta me parece feliz, me puso feliz. Porque apunta al deseo, aunque habla de necesidad, yo la desleo desde el deseo y el goce: ¿cómo desear otra cosa que lo que hay, que lo que se ofrece a ser deseado? O redoblo la apuesta ¿cómo no desear? No porque sí, Foucault desconfiaba del deseo; ¿por qué no mejor: cuerpxs y placeres que se deshacen cada vez otra vez…?
¿Hay goce fuera del mercado? ¿del mercado del Otro?¿Qué diría Sandra Filippini −amiga y coautora conmigo de De cuando Marx importunó a Lacan, una genealogía posible del plus-de-jouir, libro en el que afirmamos la intraducibilidad de plus-de-jouir−¿ si propongo desgozar como traducción antojadiza e interesada, pervertida? Desgozar no como gozar menos o como pérdida de goce sino como otro régimen de goce o de desgoce que haga su abril por fuera del más y el menos y de la ganancia y la pérdida y la satisfacción y de la acumulación y el plusvalor. Desgozar, desvaler, desacumular. Y si Marx le dio discurso al capitalismo y Lacan al psicoanálisis, ¿desdiscursear, desformular la sexuación, desexuar, desanalizar…?
¿Y si, contrariamente a como querría David Halperin, en lugar de hacernos synthomosexuales haciéndonos unx con el goce y la llamada pulsión de muerte contra toda futuridad reproductiva −una redundancia para Halperin, para quien toda futuridad es reproductiva− en lugar de apropiarnos nos desapropiamos? ¿Si en lugar de desear la inclusión −o la exclusión− nos desincluimos, nos descasamos, mariage pour personne en lugar de mariage pour tous, si nos desafiliamos de toda filiación, si desdeseamos?
No lo sé… debo destituirme.

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