Política de la memoria y análisis de lo inconsciente

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Política de la memoria y análisis de lo inconsciente1 

Marcelo Real

Ejercicio desarreglado de la memoria 
Hay una memoria que no es una facultad o una función superior almacenada en la masa cerebral (lóbulo o córtex temporal), sino una memoria fuera del cerebro. Una memoria que no se puede decir que tenemos, es ella más bien la que nos tiene: una memoria de a dos, de a varios, que se desmienten, se denuncian, se atrapan entre sí. Una memoria que no compromete solo a la cabeza, sino a todo el cuerpo: una memoria oral, pero incluso visual, olfativa, anal, sensorial… Una memoria en la que la sensación dispara el recuerdo: el olor y el sabor de una magdalena hacen que un personaje de En busca del tiempo perdido recobre la memoria de la infancia; el síntoma del olor permanente a pastelitos quemados lleva a que una analizante de Freud recuerde las escenas de un amor no correspondido. 
La imagen mnémica, o mejor, la “sensación mnémica” −ya que el término “imagen” suele asociarse sobre todo a lo visual−, nos saca de cierta anestesia, nos cuestiona, nos plantea problemas. Una sensación vuelve de improviso. Un recuerdo más o menos vago nos asalta. ¿De dónde viene? ¿Qué habrá pasado realmente? La memoria involuntaria, encubierta, fisurada, se inmiscuye en nuestros pensamientos. Se abre un enigma, cerrarlo mataría el misterio. 
En ciertas experiencias de desarreglo de los sentidos que bien pueden tener lugar en un psicoanálisis, en ciertas obras de arte (performáticas, por ejemplo) o ciertos rituales (como los de trance), en estas experiencias en las que se suspenden las formas habituales del tiempo, la memoria entra en otro régimen: ya no se trata de su ejercicio cotidiano, común y corriente. Allí la memoria −por decirlo así, “inmersiva”− puede provocar extrañamiento. No es raro que haya quienes prefieran no comenzar un análisis justamente para no recordar y, más aún, para no sentir lo que el recuerdo eventualmente podría producir2
La sensación hace recordar, pero el recuerdo también hace sentir. Hasta el famoso “efecto retardado” del recuerdo involucra no solo un sentido simbólico nuevo, una nueva “comprensión” del acontecimiento, sino también una sensación inédita que solo pudo producirse de forma retroactiva: lo inconsciente, en este sentido, tiene que ver con el registro de una huella en la memoria, aunque la intensidad de la sensación no emerja sino más adelante. En efecto, la sensación de placer (o de displacer) no necesariamente se da de forma instantánea, inmediata o automática, puede dilatarse y sobrevenir con posterioridad al acontecimiento. Acontecimiento que retorna una y otra vez de manera diferente. Con frecuencia, lo hace incluso despojado de relato, sin narración, sin historia: como recuerdo suelto, impreciso (no se sabe bien qué paso, cuándo fue ni por qué); aun así, sus efectos pueden llegar a ser enormes. 
Sea como sea, cada nueva repetición puede funcionar como punto de partida para la próxima repetición; y así, en cada repetición, la memoria puede que cambie de discurso o de imagen. ¡Qué inútil confrontar a alguien con lo que alguna vez dijo o imaginó! ¡Incluso con cómo lo hizo! Porque al contar nuevamente un recuerdo se puede también descubrir una posición sensible y enunciativa que ya no sirve, que ya no conviene, y virar hacia otra que cambie de signo lo sucedido. Hay entonces variación de la memoria −y de sus amnesias. Pues la memoria no está ya dada, sino que es creada en cada momento. Es memoria más o menos mítica, fabulada, fantaseada. 
El ejercicio de la memoria se lleva a cabo por ciertas mañas o prácticas singulares que nos separan de la opinión común y el tiempo compartido. La memoria nos vuelve extraños al mundo que nos rodea, vuelve incomprensibles nuestros actos y fastidiosos nuestros sentimientos. En las Memorias de un enfermo nervioso −que no se dejan encerrar ni en los antecedentes, ni en los datos empíricos o los hechos de ninguna historia, menos aún clínica−, la sensibilidad va de los “tiempos sagrados” en los que hay conexiones de nervios, a los “tiempos no sagrados”, definidos por la interrupción de las comunicaciones con los rayos: “Un momento crítico en la historia de la Tierra −escribe Schreber− y de la humanidad me pareció marcado entonces por los sucesos de cierto día, señaladamente memorable para mí, en el cual se habló de que los ‘relojes del mundo’ se habían parado y al mismo tiempo se produjo de manera continua un aflujo desacostumbradamente cuantioso de Rayos hacia mi cuerpo, en medio de fenómenos lumínicos grandiosos”. Evidentemente, el tiempo no corre para todos por igual.
En situaciones de luto en las que la memoria de los muertos se empeña, no habrá nada ni nadie que calme o apure al deudo con vanas palabras de consuelo (“debe superarlo, pasar a otra cosa; hay que dejarlo ir, descansar”). Quienes así pretenden acallar esa memoria, ¿no tienen idea de su potencia? ¿Desconocen acaso los ritos antiguos, la ética de los ancestros, el largo aliento?
Dicho sea de paso, para la memoria no hay muerte natural, solo hay asesinato: sus muertos son víctimas o mártires (del amor, el trabajo, la vacuna…). Solo hay arrebatos. Y esa memoria de quienes desaparecieron por las causas más variadas, en las diferentes épocas y geografías, se cuela por los huecos de las etapas, los plazos y las reglas de las instituciones −siempre y cuando se encuentre en ellas el margen suficiente. 
Lo cierto es que para la memoria nada se supera, no hay progreso ni evolución; hay, en cambio, detenimiento. El recuerdo de un/a amante no respeta el paso de los años. Como en lo inconsciente, la memoria y el olvido no se someten al transcurso, el desarrollo o la duración −lo que no significa que no haya mutación. ¡Qué ingenuo recordarle a la memoria los siglos que pasaron! “Veinte años no es nada”; “mil años en Tu Presencia son un ayer que pasó”.  

Historia y memoria
Ahora bien, es preciso desgajar la memoria de la historia. La historia, incluso del psicoanálisis, no es la memoria que nos compromete con nuestro tiempo. Anclada en la experiencia, la memoria inviste nuestro presente, imposible encontrarla entre insípidos manuales escolares. Es memoria viva. Porque recordar no es informarse en un libro, es estar “todo tomado” −como se dice coloquialmente− por una pasión, un gusto; es ser poseído y actuar en consecuencia. Incluso al revisar un archivo: cuando La vida de los hombres infames de Foucault conmueve a quien las investiga hasta en su fibra más íntima, el archivo sirve no tanto a la historia, como a la memoria −lo mismo puede decirse del uso de archivos como los de la memoria trans o charrúa.  
No hay memoria, como se dice de la historia, “universal”. La memoria es un campo de batalla. El rumor del tiempo pide sangre, saña, venganza: “recuerda para no olvidar el acontecimiento; que tu odio no disminuya con el paso del tiempo”. El fascismo, recurriendo al símbolo y al mito, por más que se refiera a la historia, ha recuperado este tipo de memoria, llamémosla “afectiva”, apelando a las tradiciones y costumbres de la familia y la patria3, incluso a la memoria de los caídos: Mi Lucha, escrito entre 1924 y 1926, está dedicado “a la memoria” de quienes en 1923 habían fallado en dar un golpe con Hitler, quien allí escribe: “para que el ejemplo de su sacrificio alumbre incesantemente a los prosélitos de nuestro movimiento.” ¡El sacrificio memorable!
La memoria, sea del bando que sea, tampoco cesa de evocar la persecución, el éxodo, el exilio. Dicho esto, ¿qué sería, entonces, un ejercicio no-fascista de la memoria? ¿Y en qué podría concernirle a la experiencia instaurada con Freud? Sin ánimo de responder rápidamente estas preguntas, solo quisiera evocar su voz a través de una breve nota escrita de su puño y letra, en inglés, para la BBC, grabada el 7 de diciembre de 1938 en la casa en la que se había exiliado en Londres huyendo con los suyos del nazismo. Dice allí:
“Comencé mi actividad profesional como neurólogo, tratando de aliviar a mis pacientes neuróticos. Por influencia de un amigo mayor y por mi propio esfuerzo descubrí nuevos hechos importantes sobre lo inconsciente en la vida psíquica, el rol de las pulsiones y demás. A partir de estos hallazgos, surgió una nueva ciencia, el psicoanálisis, una parte de la psicología y un nuevo método de tratamiento de las neurosis. Tuve que pagar caro por esa pizca de buena suerte. La gente no creía en mis hechos y consideraba desagradables mis teorías. La resistencia fue fuerte e implacable. Finalmente, logré conseguir alumnos y crear una Asociación Psicoanalítica Internacional. Pero la lucha no ha terminado… Sigmund Freud.”
Hasta aquí todo muy bonito, todo cierra muy bien: Freud pasando a la Historia con mayúscula. Pero, no quisiera terminar sin antes compartir mi estupefacción al encontrar que la mayoría de las publicaciones en YouTube, incluso algún artículo publicado en el sitio de la misma BBC4, y otro nada menos que en el Museo Freud de Londres (posteado por su curadora Bryony Davies)5 −lo que resulta aún más fuerte−, amputan una frase realmente conmovedora y que Freud dice al final, esta vez sin leer y en alemán, y en la que se superponen la memoria como asunto personal y la memoria como asunto de un pueblo:
“A la edad de 82 años, perdí/dejé [del verbo, verlassen] mi casa en Viena como consecuencia de la invasión alemana y vine a Inglaterra, donde espero terminar mi vida en libertad. [Im Alter von zwei und achtzig Jahren verließ ich infolge der deutschen Invasion mein Heim in Wien und kam nach England, wo ich mein Leben in Freiheit zu enden hoffe.]6

  1. Presentado a fines de octubre de 2024 en un evento sobre el tiempo del análisis, organizado por “Psicoanálisis a la calle”. ↩︎
  2. Así como hay otros que no hacen un análisis para no olvidar, ya que se recuerda no solo para conmemorar sino también para rechazar lo vivido. ↩︎
  3. El fascismo es una concepción histórica, según la cual el hombre no es lo que es sino en función del proceso espiritual a que contribuye, en el grupo de la familia y de la sociedad, en la nación y en la Historia, a la que todas las naciones colaboran. De aquí el gran valor que asigna a la tradición en las memorias, en el lenguaje, en las costumbres, en las normas de la vida social.” (Mussolini, La doctrina del fascismo, 1932) ↩︎
  4. Dicho audio incompleto de la BBC está disponible en: https://www.bbc.com/news/articles/cxr3k540lr4o ↩︎
  5. Ese audio incompleto está también disponible en el sitio del Museo Freud de Londres: https://www.freud.org.uk/2020/07/13/freuds-bbc-speech/ 
    Por distintas vías escribí al Museo para señalarles esta omisión, jamás obtuve respuesta. ↩︎
  6. El audio completo se puede escuchar en el sitio del Museo Sigmund Freud de Viena: https://www.freud-museum.at/en/audio ↩︎

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