Prácticas artísticas, procesos de subjetivación y clínica

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Prácticas artísticas, procesos de subjetivación y clínica

Sylvia Montañez Fierro

No se recomienza desde la nada, ni desde una fuente única. Se recomienza”.
La verdadera cuestión sería: ¿cómo recomenzar? Y no: ¿por qué comenzar?” 

(Didi-Huberman, 2022: 93).

La vida no fascista: líneas posibles para el intercambio

Las líneas escritas que se plantean aquí para intentar comprender y expresar las ideas acerca de la vida no fascista, me llevan a preguntarme: si se trata de una vida no fascista, ¿qué es una vida fascista?
Desde nuestra perspectiva, vida fascista o no fascista serían modos diferentes de vivir las experiencias de vida, que van conformando nuestra existencia en este mundo.
Para abordar la cuestión planteada recurro a diferentes autores contemporáneos.
Comienzo con el abordaje de Didi-Huberman, el cual para el análisis de los acontecimientos, sugiere pensar “cómo recomenzar y no por qué comenzar”. Recomenzar implica que no se trata de volver a las raíces, a las fuentes, a un supuesto origen, sino que en el movimiento de los acontecimientos, de sus crisis, de los obstáculos con que nos vamos encontrando, de las irrupciones en ocasiones inesperadas o intempestivas, ir hurgando junto con otros, en estos tiempos sentidos y vividos de manera acelerada, para así reflexionar sobre la disconformidad, el malestar que apreciamos en nuestras vidas, lo que habilita para que nos juntemos a pensar  qué otro tipo de vida deseamos. 
En estos tiempos, como estamos, de la mano de los antidepresivos, suministrados y consumidos para intentar eliminar la tristeza, la melancolía, el sufrimiento social y particular… Tristeza, melancolía, hoy tan desvalorizadas en los discursos contemporáneos, pero a las que, sin embargo, habría quizás que devolverles aquel valor original.
Dice Fernando Colina en el prólogo al libro de María Bolaños (2010:16) refiriéndose a la melancolía, 

un antipático humoralismo bioquímico, que ha renovado la antigua teoría hipocrática, aunque desprovista de su carácter alegórico y de su gran riqueza simbólica e interpretativa.

A la tristeza, la melancolía –nos plantea esta autora–, en nuestra actualidad se la intenta tapar con psicofármacos, despojándola de su posibilidad de expresión. Ella recurre a otras visiones, como la de Aristóteles, que planteaba el ser melancólico del artista, del creador, lo cual –decía– lo alejaba de la mediocridad.
Es a partir de la segunda mitad del siglo XX que el melancólico se convierte en un sujeto nocivo para la sociedad. Las ideas valoradas de productividad, utilidad, positivismo se vuelven predominantes, dejando atrás la actitud del ser humano proclive al pensamiento crítico y profundo. 
Esta faceta, quizás, muestre algunos aspectos de la crisis y el malestar de nuestro tiempo.
Nancy Fraser (2023: 17) formula “un diagnóstico de la causa de la enfermedad de nuestro tiempo”, e identifica al culpable: el “capitalismo caníbal”. Afirma:

el término “capitalismo” hace referencia no solo a un tipo de sociedad: una sociedad que autoriza a una economía oficialmente designada a acumular valor monetizado para sus inversionistas y propietarios, a la vez devora la riqueza no económica del resto de los individuos” (Fraser, 2023: 19).

Es al sistema capitalista que debemos la crisis actual.
Es una crisis general de la totalidad del orden social.
Este capitalismo caníbal es como el uróboro, esa serpiente que se come su cola. Así la sociedad capitalista –dice Fraser– devora su propia sustancia. 
Se generan desestabilizaciones sociales que propician crisis frecuentes, que socaban las bases de nuestra existencia. Los aspectos económicos inciden así como los extraeconómicos, tales como la “explotación de clase”, la “dominación de género”, la “opresión racial/imperial”, que aseguran la explotación lucrativa, lo que Fraser llama la “injusticia estructural” de la coyuntura actual.
¿Es posible, en este escenario, que podamos apropiarnos de nuestra historia?
Tomaremos algunas líneas para pensar en los tormentosos acontecimientos que estamos viviendo. Los tiempos actuales sentidos como vertiginosos, tormentosos, vividos con sufrimiento y depresión, que percibimos a diario, nos permiten pensar en los procesos de subjetivación de esta contemporaneidad. La idea de subjetividad ha sido central en la filosofía de la modernidad.
Desde el momento cartesiano, el término cogito dio lugar a un desplazamiento imperceptible que se naturalizó hacia la idea de subjetividad, usado como sinónimo de conciencia. La predominancia de un sujeto racional, que se destaca por la fuerza de su voluntad –consagrada en la frase tan conocida “si se quiere, se puede”–, presenta una creencia que aún se sostiene en los relatos cotidianos y en determinadas líneas de pensamiento de las ciencias humanas.
La concepción positivista hegemonizó la idea de representación, las nociones de objetividad en la ciencia del siglo XX, la exclusión, a su vez, de lo “subjetivo”, la importancia de la experimentación, las leyes de la naturaleza, la no contaminación con la presencia del sujeto en esos campos. Es decir, propuso una visión que ha predominado y continúa: visión pragmatista, empiricista en las ciencias llamadas ciencias de la naturaleza.
Sin embargo, esta noción de subjetividad está marcada por una fuerte imprecisión –al decir de Andrea Bonvillani (2023: 2)–, cuando no una deliberada omisión de definición. Es –dice ella– un concepto “portafolios”, en el que todo cabe, siendo la polisemia uno de los rasgos notables: es sinónimo de psiquismo cuando aún no está saldado lo que denominamos “psiquismo”; en otras concepciones se lo iguala a los aspectos socioculturales o a la idea de sujeto; o se la suele pensar en equivalencia con lo individual interno, en relación a lo externo sociocultural. Se la define como un modo de ser y estar en el mundo. 
Algunas nociones que rigen nuestra contemporaneidad sobre la idea de subjetividad nos permiten pensar acerca de este malestar en nuestro tiempo y las emociones de odio, miedo, ira, falta de reconocimiento del otro, sufrimiento, indignación, que desprenden acciones violentas que van horadando la convivencia social y que parecen predominar e incidir en nuestro mundo actual.
Suely Rolnik, en uno de sus textos, Antropofagia zombi (2023: 31), plantea que “los modos de subjetivación son plásticos y se transforman en función de nuevos diagramas de fuerzas y de la pérdida de sentido de las cartografías existenciales vigentes”. 
Es a través de un determinado modo de subjetivación que un régimen sociocultural, sea el que sea –dice–, toma cuerpo y a cada cuerpo le corresponde una política de subjetivación específica. Se trata de problematizar la política de subjetivación que se instaura en el pliegue financiarizado del capitalismo.
Rolnik se remonta a los años 50 para dar cuenta del declive del sujeto moderno desde finales del siglo XIX. Y seguimos asistiendo a su declive, aunque aún sigue agitando sus coletazos.
Ese sujeto moderno que se va conformando en el siglo XVII, va delineando la figura del individuo, ese ser que somos y que aún coletea en las creencias que sustentamos con firmeza, de ser sujetos racionales que controlamos las emociones eficazmente, pues nos controlamos a nosotros mismos a través del ejercicio de la voluntad, bajo la supremacía del considerado autosuficiente “yo”, así como las ideas de que contamos con un escenario interno que podemos inspeccionar con certeza, si nos esforzamos en ello, y así encontrar nuestra real autenticidad e identidad propia y original.
En el siglo XX –plantea Rolnik–, fruto de los cambios vertiginosos, las crisis sociales, culturales y políticas, surgen movimientos de resistencia a ese modo de subjetividad dominante, por lo cual no es posible pensar en identidades fijas, sino en procesos que dan lugar a lo que Rolnik llama una subjetividad flexible. No estaríamos frente a la coherente unidad de la supuesta individualidad; por el contrario, esa territorialidad de la lógica identitaria se desterritorializa, las tensiones toman cuerpo en múltiples modalidades en el fluir de los acontecimientos y así el capitalismo extrae, captura, manipula e instrumentaliza, intentando neutralizar a través de diferentes vías (medios de comunicación, publicidad, producción y reproducción de imágenes, marketing, cibertecnología) las fuerzas vitales del deseo.
En 1960 Guattari dio el nombre de “micropolítica” a  ámbitos que han quedado excluidos de la acción reflexiva y la militante: los afectos, las emociones, la sexualidad, la imaginación, el cuidado del otro, el cuerpo, lo íntimo (Rolnik y Guattari, 2019). La reconquista de estas fuerzas pulsionales activas que resisten la colonización de la subjetividad que impone el régimen colonial y capitalístico (Rolnik y Guattari, 2019) marca tensiones, y es en esa lucha entre alienación y creación que se juega la posibilidad de reapropiarse de una sensibilidad que tenga en cuenta al otro, forjando procesos de subjetividad singulares que rechacen la cosificación del otro, el control autoritario, amenazante, lleno de miedo, que busca anular la potencia viviente, para dar lugar a las fuerzas vitales activas en el amor, el cuidado, el respeto y la solidaridad.
Y es la creación artística y clínica uno de los lugares de trabajo de la micropolítica. O sea: allí se promueve que a partir de esa sensibilidad que disiente de lo establecido pueda surgir el potencial vital de la creación y lo que Rolnik llama el “saber del cuerpo”, el saber de nuestra firmeza creativa y activa que tenemos como seres vivientes.

¿Cómo recomenzar? 

En relación a esta pregunta (“Y no: ¿por qué comenzar?”), “se recomienza, en suma, para volver a tejer, con vigor renovado, bajo nuevas formas, el vínculo fundamental entre memoria y deseo del que está impregnada nuestra subjetividad misma” (Didi-Huberman, 2023: 109). Y para esto es imprescindible la imaginación.
Se recomienza porque se imagina recomenzar”, sostiene Didi-Huberman (2023:106).
Recomenzar reconquistando nuestras fuerzas activas que pujan por la vida, retejiendo el entramado del deseo y la memoria en un vínculo renovado y vigoroso, apelando a nuevas formas de encuentro impulsadas por el predominio de la crítica, la disidencia activa impulsada por los afectos, el cuidado del otro, la potencia de las emociones, apelando a la capacidad de transformación creativa de nuestra sensibilidad colectiva. 
Recomenzar inmersos en complejos escenarios, en el entramado de las distintas relaciones de fuerzas, es, entonces, lo que desafía nuestra intervención directa en la búsqueda de la posibilidad de encontrar las maneras de romper con los dispositivos de poder que desunen, fragmentan, excluyen. Es en la puja, en el cotejo; en momentos desesperados, tener la esperanza de encontrar en la red de las relaciones vinculares, en la multiplicidad de los encuentros, un mundo más habitable, sin caer en la vana ilusión de la unidad en las diferencias.
Se trata, quizás, de transitar las experiencias vividas singulares y colectivas, en conflicto con los valores que nos han ido conformando y confrontarlas entre diversas alternativas, asumiendo la contingencia radical que posee toda existencia situada. 
Es la emergencia inexorable de la alteridad que cuestiona la objetividad reflexionante y señala la novedad existencial, corporal, histórica, en ese entramado plural en el que habitamos y desde donde decimos y hacemos.
Desde estos lugares podemos analizar la posibilidad de una construcción ética que aprecie la alteridad y que facilite el desenvolvimiento de los lazos sociales, sin dejar de lado la sorpresa, los fallos, las convulsiones en los acontecimientos, los sucesos que emergen en su singularidad y en los que en lugar de procesos continuos, evolutivos, las escenas se suceden en ocasiones de modo irruptivo, pues no hay manera de alcanzar un punto de origen, ya que en su emergencia los sucesos dan cuenta tanto de logros como de inagotables derrotas, de atavismos, de incomprensiones que, en ocasiones, en lugar de articular, revelan no el carácter de su necesariedad sino de su contingencia.
Habitar este mundo, que es el carácter básico del ser humano (Heidegger, 1951), es lo que habilita la posibilidad de construir. Para ello es necesario contemplar, pararse, colocarse y mirar al habitar, volver a mirar, sin dirección precisa y/o final. Hemos olvidado este pararse entre la tierra y el cielo, entre el nacimiento y la muerte, manteniendo la estatura de nuestro cuerpo, recorriendo, abarcando, y mirar al habitar, porque hemos olvidado cómo habitar recuperando el contemplar. El construir en el habitar se despliega en el construir que cuida, que cuida el crecimiento, que alberga, que cobija. La existencia está amenazada si no se cuida, si se está desamparado, a la intemperie. Habitar es una búsqueda constante, quizás nunca totalmente satisfecha.
Si la existencia es una constante amenaza no podemos construir, no puede surgir lo novedoso, lo creativo, en el clamor de la existencia.
Imaginar, recomenzar implica habitar con y entre otros.
Es en ese estar con y entre otros que experienciamos dolor, sufrimiento, placeres, tristeza, melancolía, entre tantos sentires con los que se despliegan las fuerzas inconscientes, pujantes, de nuestros cuerpos vivientes.
¿Son estas ideas una mera utopía?
Si de algún modo lo son, el modo de la utopía nos hace reflexionar sobre lo que antes mencionamos, cuando dijimos que es en el ámbito micropolítico que se despliegan el arte y la clínica, en escenarios móviles, históricos, políticos que nos interpelan. 
La resistencia no es solo una lucha macropolítica, valiosa, sí, en la medida que enfrente de modo organizado a las lógicas del poder dominante, que denuncie las injusticias y opere para erradicarlas. 
Como expresa Ticio Escobar (2021: 74),

resistir la dominación colonial capitalística requiere la articulación de las luchas macro con formas de insurrección micropolítica: acciones y pensamientos basados en la imaginación creadora, el saber del cuerpo, el deseo y el inconsciente.

¿Cómo se juega la posibilidad transformadora en el ámbito micropolítico? ¿Cómo sería una vida no fascista? ¿Otro modo de existencia es posible?
¿Es posible articular? ¿Cómo dar forma a una escucha? ¿Y cómo esa escucha puede ser comprendida y enunciada?
El arte anuncia y, en la medida que se despliega, exige una forma en el pujo de sus diferentes pliegues que, a su vez, enuncia, tiende a algo y hacia algo. 
Como expresa Didi-Huberman (2023: 245),

La utopía del arte es, por tanto, la de un salto hacia lo desconocido, un franquear límites que nos hará pre-ver o entrever algo esencial que, sin embargo, seguirá siendo misterioso; ni totalmente cerrado (fuera del alcance) ni totalmente abierto (aprehensible), sino solamente entreabierto.

La clínica, a su vez, exige la escucha, y el relato pretende ser escuchado y comprendido, dando lugar a alguna forma interpretable posible en este mundo en el que estamos insertos. La práctica clínica como práctica artística, que apela a la transformación, experimentando, inventando formas nuevas y diversas, que se orientan al intercambio crítico, disolviendo los dogmas que nos conforman. 
Y así se revela cierto saber, fruto de la imaginación que da forma a nuestros duelos, a nuestros deseos. Ante las imágenes que nos aparecen se revelan sentidos, se escapan otros, revolvemos, experimentamos, excavamos en el tiempo, tiempo enterrado que resurge tomando otras derivas, con la ilusión quizás, de retornar a las raíces sepultadas, volviendo una y otra vez, mientras se nos escapan, se escurren esas raíces, se encuentran otras bifurcaciones no conocidas, se muestran otros caminos y por eso no dejamos de desear.
Sin embargo, el deseo puede estar sostenido por fuerzas que aspiran al sostenimiento del orden social existente (la familia patriarcal, el racismo, las injusticias sociales), lo que Rolnik (2019: 12) llamaría una patología histórica del inconsciente, que funciona a través de una micropolítica reactiva. En cambio, puede estar orientado hacia una multiplicidad de micropolíticas activas, en un proceso de transformaciones de la sensibilidad que faciliten pensar, sentir, actuar críticamente, para defender la vida de los abusos que la mantienen cautiva y sofocada, resistiendo, generando acciones conjuntas, deseando, aun en un combate incierto, la posibilidad de que las fuerzas de la vida, la creación, el “saber del cuerpo”, de la sexualidad, de los afectos, de los relatos, de la imaginación, se desplieguen en ese deseo. 
En estas líneas, aquí, en el encuentro y en cotejo con diversas concepciones, en el intercambio, quizás, en la encrucijada de caminos en que nos encontramos, podamos encontrar posibles respuestas y senderos a recorrer juntos.

Referencias bibliográficas

Bolaños, M. (2010). Pasajes de la melancolía. Arte y bilis negra a comienzos del siglo XX. Trea.
Bonvillani, A. (2018). Hacia una comprensión psicosocial de la producción de las subjetividades. Quaderns de Psicologia, 25 (1), e1873.
Colina, F. (2010). Prólogo. En: Bolaños, M. (2010). Pasajes de la melancolía. Arte y bilis negra a comienzos del siglo XX (pp. 13-17). Trea.
Didi-Huberman, G. (2023). Imaginar. Recomenzar. Lo que nos levanta 2. Abada.
Escobar, T. (2021). Aura latente. Tinta limón.
Fraser, N. (2023). Capitalismo caníbal. Siglo XXI. 
Heidegger, F. (1951). Construir, habitar, pensar. https://www.lugaradudas.org/archivo/publicaciones/fotocopioteca/39_heidegger.pdf.
Rolnik, S. (2019). Esferas de la insurrección. Apuntes para descolonizar el inconsciente. Tinta limón.
Rolnik, S. (2023). Antropofagia zombi. Hekht.
Rolnik, S. y Guattari, F. (2019). Micropolítica. Cartografías del deseo. Tinta limón.