Contra las outrecuidances de la razón

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Contra las outrecuidances de la razón: la práctica filológica como destituyente

Alma Bolón

Luchan por su servidumbre como si se tratara de su libertad”
(Spinoza, citado por Deleuze)

[Estas páginas traducen en español una ponencia leída en el Colloque franco-latino-américain « Les outrecuidances de la raison » (27-29 de mayo de 2024). Agrega una tercera parte que procura prolongar la reflexión en torno a lo destituyente, considerándolo como una variante de la potencia filológica. A lo largo de la traducción, mantuve el sustantivo “outrecuidance” y el adjetivo “outrecuidant(e)” compuestos por “outre” (forma romance del latín “ultra”) y un derivado del poco usual verbo “cuider” (“creer”, “pensar”, “imaginar”), a su vez derivado del “cogitare” latino. Si bien los diccionarios de lengua francesa1 suelen explicar la “outrecuidance” como “présomption” (“presunción”), “confiance en soi-même excessive ou arrogante” (“confianza en sí mismo excesiva o arrogante”) y ofrecen como sinónimos “arrogance, fatuité, impertinence” (“arrogancia, fatuidad, impertinencia”), estimo de provecho sumarle en español otros sentidos: desparpajo, caradurismo, desfachatez.]

1) A partir de la presentación que hace Gilles Deleuze de la filosofía de François Châtelet2, en particular de su condición de racionalista que recusa a Dios y cualquier trascendencia, deseo acercar esta perspectiva de Châtelet ofrecida por Deleuze a la figura del filólogo, tal como se desprende del estudio dedicado por Patrice Vermeren a Napoléon La Cécilia, “neokantiano, filólogo y general de la Comuna de París”3.
En su breve y bello libro dedicado a Châtelet, Deleuze se pregunta en qué clase de racionalismo se inscribe Châtelet, filósfo que habiéndose definido siempre como racionalista nunca dejó de referirse a Platón, Hegel y Marx. Deleuze formula la hipótesis de que Châtelet es “antes que nada” aristotélico, aunque se aleja del tomismo por su recusación de Dios y de toda trascendencia4.
En Châtelet, este rechazo de Dios y de toda trascendencia se enuncia, me parece, en nombre de un principio de igualdad que se encuentra en las antípodas de la jerarquía que emana de una arkhé: la preeminencia atribuida al hecho de estar en la “fuente” (de ser antes, de estar en el origen, de ser el origen) y la preeminencia atribuida al hecho de estar por encima, de ser superior, de constituir una “realidad superior”. La trascendencia rehusada por Châtelet obtiene su poder de la autoridad conferida al primero y al príncipe/principal: la jerarquía impuesta por la trascendencia nos remite a la relación etimológica, aún tan visible en los dos significantes, entre “jerarquía” y “arkhé”.
Para oponerse a la trascendencia, Châtelet sigue dos vías, una de ellas propiamente poética, creadora de un sentido inédito; porque, de entrada, Châtelet rebaja la trascendencia a su condición de palabra y, como si fuera poco, de palabra “de jerga”, aunque sea “bonita y cómoda”. A continuación, Châtelet renombra la trascendencia, haciéndola rimar, si no se trata de una paronomasia, con l’outrecuidance. De este modo, el filósofo realiza lo que está predicando, puesto que priva de cualquier posibilidad de “trascendencia” a la “trascendencia”: nada hay más allá de la trascendencia, esta no es más que una palabra de “jerga”, por cierto “bonita y cómoda”, pero no es más que una palabra, aunque solo viva de producir la ilusión de un primero y de un príncipe/principal que ordena nuestro presente aquí abajo, en nuestro acá. La trascendencia no obedece pues a ninguna trascendencia visto que no es más que una palabra, y como tal, sometida a las derivas del azar y de la rima propias de la lengua en la que vive. Resulta así que el supuesto ir al más allá de la trascendencia, la supuesta estadía ultra de la trascendencia solo es outrecuidance; en el mejor de los casos, una forma de fanfarronería. Cito a Châtelet:  

“En nuestra jerga de filósofos, a un principio planteado a la vez como fuente de toda explicación y como realidad superior, lo llamamos trascendencia. La palabra es bonita y la encuentro cómoda. Los outrecuidants, pequeños o grandes, desde el dirigente de un grupúsculo hasta el presidente de Estados Unidos, desde el psiquiatra al P.D.G. [Presidente-director general] funcionan a golpes de trascendencia [a trascendentazos] como el linyera funciona a golpes de vino tinto. El Dios medieval se desperdigó, sin por eso perder fuerza y su unidad formal profunda: la Ciencia, la Clase obrera, la Patria, el Progreso, la Salud, la Seguridad, la Democracia, el Socialismo −la lista sería demasiado larga– son otros tantos avatares suyos. Estas trascendencias ocuparon su lugar (baste con decir que aquel Dios sigue estando aquí, omnipresente) y ejercen con acrecentada ferocidad sus tareas de organización y de exterminio”5.

El principio anti jerárquico que guía las consideraciones de Châtelet es tan fuerte −tan poético y tan político− que pone en el mismo plano, bajo el yugo de la trascendencia, es decir, bajo el yugo de la outrecuidance, al presidente de Estados Unidos y al linyera empujado a la jactancia por los vinazos; al dirigente del grupúsculo y al psiquiatra.
La otra vía seguida por Châtelet para oponerse a la trascendencia tiene un aire más “serio” −más “filosófico”−, puesto que pasa por la defensa de la inmanencia. Cito ahora a Deleuze:
“La inmanencia, el campo de la inmanencia, consiste en una relación Potencia-Acto. Las dos nociones solo existen en correlación, inseparables. Es por esto que Châtelet es aristotélico. Y siente una especie de fascinación por la potencia: el hombre es potencia, el hombre es materia”6.
Para Châtelet, esta “fascinación por la potencia” está muy lejos de ser una fascinación por el poderoso o por el potente, o por el poder político; muy por el contrario, se trata de un “placer en el ejercicio de [su] potencia”, haciendo lo que cada quien puede:

“El poder político para nada me atrae. El contra-poder, el anti-poder son, a mi modo de ver, trampas. Lo que me interesa es la potencia, lo que hace que el poder es poder. Ahora bien, la potencia, estrictamente hablando, es cada quien. Me da placer ejercer mi potencia −hacer lo que puedo− para comprender y develar los mecanismos de captación de potencia, aquí y allí, en donde tengo “informaciones”. Tal vez para cultivar mi gusto de la potencia, para mantenerla viva en mí, y despertar y espabilar esa potencia en torno de mí”7.

Claro está que ese rechazo del poder o, mejor dicho, esa indiferencia ante el poder divino o político, atañe al ejercicio de una potencia fundamentalmente política; en Châtelet, el rechazo de las outrecuidances de la razón va a la par de una afirmación de los procesos de racionalización como procesos en los que cada quien despliega su potencia. La fascinación que Châtelet experimenta no proviene del potente −de quien es potente− sino de la potencia en tanto que actualización, en tanto que proceso. “La razón no es una facultad sino un proceso, y consiste precisamente en actualizar una potencia o en formar una materia”, escribe Deleuze8.
Châtelet da pruebas, a mis ojos, de su amor por el ejercicio de la potencia −por “hacer lo que uno puede”− cuando “devela los mecanismos de captación de potencia” que es la outrecuidante trascendencia. En ese develamiento, Châtelet despliega su propia potencia analítica y, al mismo tiempo, despliega la potencia de la palabra filosófica “trascendencia”, pasible de liberar, gracias a la rima y a la vecindad que ligan los significados de “trans” y de “outre”, un sentido outrecuidant, fanfarrón, no filosófico, que ultrapasa “los mecanismos de captación de potencia”.
Por otra parte, Châtelet estima, lo leímos más arriba, que el Dios medieval, en nuestros días, “se desperdigó sin por eso perder su fuerza y su unidad formal profunda”. A modo de ejemplo, el filósofo nombra algunos avatares de esa trascendencia hoy diseminada (“la Ciencia, la Clase Obrera, la Patria, el Progreso, la Salud, la Seguridad, la Democracia, el Socialismo”) antes de cerrar la enumeración afirmando que el listado es demasiado largo… Sucesiva o simultáneamente esos avatares de la trascendencia, ya lo dijimos, se plantean “a la vez como fuente de toda explicación y como realidad superior”; su outrecuidance, su fanfarronería, atañe a su pretensión de sustraerse a su propia potencia y a la potencia de cada quien, al pretender residir en el más allá, en donde asienta sus reales y su realidad el primero-príncipe/principal.Establecido por Châtelet durante la primera mitad de los años 1970, el conjunto de los avatares del Dios medieval varió poco; sin embargo, se podrían identificar otras “fuente[s] de toda explicación y […] realidad superior”, por ejemplo, la Crisis, el PBI, el Virus, la Inflación, el Odio, el Género, el Crecimiento… No obstante, encuentro más interesante el intento de imaginar un avatar de un pensamiento de la inmanencia.

2) Propongo entonces, en tanto que avatar posible de la inmanencia, que se considere el ejercicio de la filología; para esto, como ya he anunciado, me apoyaré en algunos puntos desarrollados por Patrice Vermeren en su bello libro dedicado al Philosophe communeux Napoléon La Cécilia, néokantien, philologue et général. En particular, me detendré en el “enigma” que constituye el muy singular recorrido vital e intelectual de La Cécilia y que Patrice Vermeren devela; en el retorno insistente, a lo largo del siglo XIX, del mito de la Esfinge; en la vocación y el oficio filológicos de Napoléon La Cécilia, así como en la suspensión de la trascendencia y de la necesidad que la filología permite, en tanto que despliegue de la potencia de la lengua. Cito pues a Patrice Vermeren:

“En medio de una existencia dedicada a la vana busca de un empleo estable que sacaría provecho de sus capacidades filológicas, [Napoléon La Cécilia] desenvaina la espada en 1859, en pro de la causa independentista italiana, y participa junto a Garibaldi en la expedición de los Mil, la desenvaina nuevamente para unirse a los Franco-Tiradores de París en la campaña del Loira de 1870, y su encuentro, empuñando las armas, con el derrotismo de una república muy alejada de aquella, universal, democrática y socialista que La Cécilia anhelaba con todo su corazón, determinó su decisión de tomar parte en la Commune de Paris insurrecta, y confortó la figura singular, por él encarnada, de un enigma destinado a permanecer enigma: ¿por qué un hombre elige el campo de la revolución?”9.

El enigma existencial y político planteado por Patrice Vermeren encuentra un enigma “social” que, bajo la forma mitológica de la Esfinge, formula el propio Napoléon La Cécilia, cuando escribe el 14 de febrero de 1870 a su maestro y amigo, el filósofo Charles Renouvier. Cito a Napoléon La Cécilia:

“¿En dónde se encuentran los corazones intrépidos y honestos, las inteligencias vastas, esclarecidas y firmes que intentan resolver el temible problema social que se plantea implacable como la Esfinge de la Antigüedad y devorará a todos quienes no hayan encontrado la solución?”10.

La imagen de la “Esfinge de la Antigüedad devorando a todos aquellos que no encuentran la respuesta al enigma que plantea, calificando el problema social, es corriente en esa época”, afirma Vermeren11. Napoléon La Cécilia, al evocar “la Esfinge de la Antigüedad” en su carta a Renouvier, a semejanza de un buen número de filósofos, poetas, pintores, filólogos del siglo XIX (Pierre Leroux, Victor Considerant, Casimir Bouis, Michel Bréal, Victor Hugo, Gustave Moreau, Barbey d’Aurevilly, Charles Renouvier…), actualiza una tradición mitológica que se inviste de nuevos sentidos. Y, a estos nombres propuestos por Patrice Vermeren, me permitiré agregar el de Proudhon.
Sucesivamente, la Esfinge plantea el enigma del “temible problema social” (La Cécilia); de “el origen y la meta de la sociedad […] escondidos en la palabra igualdad, como en el enigma de la Esfinge” (Pierre Leroux)12; de “desanudar el problema sin expoliación” (La Démocratie Pacifique)13; del “problema de ese tiempo, planteado por la Esfinge popular, [que] es el problema social, el problema del socialismo” (Victor Considerant)14; “una esfinge sin piedad, que devoraba a quienes, arribados hasta ella, no tenían fuerza para adivinar el enigma” (Casimir Bouis)15. Para Proudhon, se trata de la “esfinge de la propiedad”16.
En los mismos momentos en que algunas outrecuidances, y no de las menores, (el Progreso, la Patria, la Clase obrera, la Ciencia… cf. supra), se instalan en las prácticas discursivas en Francia, la recurrencia del enigma, llevado por la figura de la Esfinge, actualiza las potencias significativas discordantes de esas trascendencias triunfantes, señalando su opacidad.
En cuanto a la filología, oficio y vocación de Napoléon La Cécilia, abarca mucho más que su vasto poliglotismo y su erudición lingüística, porque la filología puede incumbir a una práctica que suspende la coincidencia entre las palabras y las cosas, que plantea la no-coincidencia entre los enunciadores, la no-coincidencia de la lengua consigo misma, así como del discurso consigo mismo17. Puede pensarse que la práctica filológica abre la posibilidad de, precisamente, suspender las outrecuidantes pretensiones de la trascendencia, al poner en tela de juicio la jerarquía del primero y del príncipe/principal.
Es así como Michel Bréal, mencionado por Patrice Vermeren en un artículo en el que también es cuestión de la Esfinge en el mito de Edipo18, haciendo obra filológica, plantea una distinción de peso. Según Bréal, a un primer régimen mitológico “natural” lo habría seguido un régimen mitológico “moral”. Estos dos regímenes incumben a las configuraciones del mito −su materialidad textual− tanto como a sus interpretaciones. El alcance moral, “perfectamente claro” se “formó con la ayuda” de “elementos dispersos y desprovistos de cualquier significación moral”, porque “otra es la cuestión de interpretación del mito, otra es la cuestión de origen”, escribe Bréal19.
No es necesario suscribir, en mi opinión, la cronología propuesta por Bréal −una era natural que da lugar a una era moral− para admitir en esta serie la ausencia de jerarquía que las ordena. En ningún momento de su razonamiento, Bréal otorga al primero un privilegio ante el segundo; en ningún momento el segundo constituye una falsificación del primero: el primero nunca constituye la verdad o la razón −definitivas− del texto. Muy por el contrario, el primero es la materia del que está hecho el segundo; el segundo es, si volvemos a François Châtelet, el despliegue de ciertas potencias del primero, tal como la práctica filológica es un despliegue de potencias.
De este modo, imagino, es posible acercar una práctica filológica que “quiebra el círculo de la representación”20 −que suspende la correspondencia biunívoca de los cuerpos y de las palabras− a una práctica de despliegue de la potencia del lenguaje. Ese despliegue de potencia desmonta la trascendencia y su pretensión de “fuente de toda explicación” y de “realidad superior”. Y ese despliegue sobre todo desmonta la razón, desmonta la outrecuidance de una razón que, execrando el razonamiento poético, solo conoce la identidad lógica, tan ajena a la potencia significativa de la lengua, con sus rimas, sus paronomasias, sus metáforas y sus juegos de palabras burlones.
Igualmente, ese despliegue de la potencia del lenguaje daña la necesidad en tanto que principio explicativo (las cosas son lo que son porque no pueden no serlo) porque lo que cuenta es que las cosas, incluidas las palabras y los individuos, pueden ser potencias. “Poder”: sustantivo y también verbo intransitivo, modal, auxiliar de un conjunto no definido y no definible.
Al inicio de la novela Les années de démolition, una suerte de ficción filosófica en la que François Châtelet reflexiona sobre las “outrecuidances de la raison”, el protagonista, que acaba de salir del hospital, cuenta:

“Fue entonces en el Tourniquet des Batignolles, en la ambulancia, cuando iba de alta, sentado al lado de un chofer somnoliento que, para mantenerse despierto, hacía que aullara, fuera de lugar, su sirena, que el proyecto se apoderó de mí y que se unieron en un haz las razones que lo hacían necesario. Recuerdo ahora que me sentí perturbado hasta la crispación por esta necesidad; y sé que fue entonces que yo debería haber desconfiado”21.

No solamente sucedió que el communeux Napoléon La Cécilia a lo largo de toda su vida, siguiendo su propio razonamiento, mucho desconfió de los privilegios outrecuidants de la necesidad; también es posible considerar que el ejercicio de la filología proporciona la ocasión de contradecir la sentencia −faire de nécessité vertu− haciendo de esta desconfianza una virtud.

3) ¿Puede lo destituyente ser una práctica filológica oponible a las outrecuidances de la razón? De entrada, “lo destituyente” surge investido como miembro de una familia tan díscola como funcional.
Así resulta que destituyente y destituir y destitución y destituido, preceden y suceden a restituyente y restituir y restitución y restituido (sobre todo en plural −los destituidos−, luego de la dictadura cívico militar que tanto profesor instituido por el Instituto de Profesores Artigas fue restituido luego de años de destituido). “Restitución del Tren Fantasma Ya”, decía a fines de los años 1980 una pintada sobre las piedras, hoy destituidas y vueltas verdadero fantasma, del prodigioso Tren Fantasma rodoniano.
Igualmente, destituyente y destituir y destitución y destituido, preceden y suceden a constituyente y constituir y constituido y constitución y Constitución, casi como a prostituyente y prostituir y prostituido y prostitución, aunque con menor suerte, puesto que prostituyente lleva a varios la delantera: no solo cuenta con prostituidas, sino con prostitutos. Menuda ventaja, que instituyente e instituido e instituto también comparten, además de con prostituyente y prostituido y prostituta, con restituyente y restituido y restituta, sobre todo con la cartaginesa Santa Restituta de África, no solo camarada de Santa Devota y de Santa Reparata, sino virgen y mártir, dueña de un incorruptible cuerpo muerto, señora de un indestituible cuerpo. Aunque no fuera instituido particularmente para Santa Restituta, el esfuerzo de restituir la pronunciación del latín clásico (la Pronuntiatio Restituta) también constituye un sostenido esfuerzo humanista por tocar con la música del latín del siglo I el cuerpo indestituible de Santa Restituta.
Si lo destituyente y los destituyentes y la destitución parecen oponerse apaciblemente a lo constituyente, los constituyentes y la constitución, el nomenclátor urbano niega la apacibilidad de la oposición, recurriendo al expedito ninguneo. Constituyente es la diagonal hoy en trance de destitución de sus singulares casonas −el metro cuadrado está de verdad prostituido− y que expedita conduce al origen patrio −al Gaucho− y poco importa que el gaucho erguido alce bien en alto una lanza, y poco importa que su cabalgadura parezca convencida de estar transportando a un jinete destituyente, más que a uno constituyente. Poco importa, la urbe, repletas sus calles de destituidos de las instituciones (familia, enseñanza, vivienda, amistad, salud, amor, palabras) celebra lo Constituyente, nombre oscuro de lo destituyente. Como también celebra, el mismo nomenclátor, la Constitución y, jamás, su imprescindible destitución.
Etimológicamente, con este baile de “con-, in-, res-, pros-, des-” estamos en el dominio del “statuere”, sólido campo del Estado, de los estadistas, de la estadística, del estatuto, del estatus, del estatuir y, sobre todo, de la inconmovible estatua.
¿Puede la potencia filológica ser otro nombre de la potencia destituyente? Por cierto, es difícil estatuir al respecto; y nada menos entretenido que un estatuto, así que para qué ponerse en estatuyente. Mejor seguir siendo oyente, leyente y escribiente.
Porque, como ya lo instituyó con inmejorable prosa Jacques Derrida, “el concepto está frito, en cuanto queda atrapado en la escritura”. O tal vez, restituyendo el destituido francés: “Dès qu’il est saisi par l’écriture, le concept est cuit”.

(Fuentes filológicas: Diccionario de la Real Academia Española; Trésor de la Langue Française en línea; Dictionnaire Littré.)

  1. Por ejemplo: http://stella.atilf.fr ↩︎
  2. Gilles Deleuze, Périclès et Verdi. La philosophie de François Châtelet, Éditions de Minuit, 1988. ↩︎
  3. Patrice Vermeren. Le philosophe communeux. Napoléon La Cécilia, néokantien, philologue et général de la Commune de Paris, L’Harmattan, 2021. ↩︎
  4. Cito a Deleuze: “François Châtelet siempre se definió como racionalista. Pero ¿cuál racionalismo? [Châtelet] no cesa de referirse a Platón, a Hegel, a Marx. Sin embargo, antes que nada, es aristotélico. ¿Entonces qué lo distingue de un tomista? Sin duda es la manera de recusar a Dios y cualquier trascendencia. Todas las trascendencias, todas las creencias en un mundo otro, [Châtelet] las llama ‘outrecuidances’.” (op. cit. página 7). ↩︎
  5. François Châtelet in Deleuze, op. cit., páginas 7-8. ↩︎
  6. Deleuze, op. cit., página 9. ↩︎
  7. Châtelet in Deleuze, op. cit., páginas 8-9. ↩︎
  8. Deleuze, op. cit., página 9. ↩︎
  9. P. Vermeren, op. cit., página 11. ↩︎
  10. La Cécilia in Vermeren, op. cit. página 140. ↩︎
  11. Vermeren, op. cit., página 143. ↩︎
  12. Pierre Leroux en la Encyclopédie Nouvelle (1843) Cito: “el origen y la meta de la sociedad se encuentran escondidos en la palabra igualdad, como en el enigma de la Esfinge” (Vermeren, op. cit., página 144). ↩︎
  13. Cito in extenso: “La explotación del hombre por el hombre debe desaparecer: la justicia lo exige, la humanidad lo comanda, el Pueblo francés lo quiere. Es una inmensa cuestión a resolver; es el problema del tiempo presente; y es el enigma que la Esfinge popular propone al genio de la República Francesa. La cosa es resolver la cuestión sin balazos, desanudar el problema sin expoliación y responder a la Esfinge: porque la Esfinge devorará al gobierno republicano, sea cual sea, si el gobierno republicano no le da una respuesta satisfactoria.” (La Démocratie Pacifique, in Vermeren, op. cit., página 144.) ↩︎
  14. Cito in extenso a Victor Considerant: “hoy día, el problema del tiempo planteado por la Esfinge popular es el problema social, el problema del socialismo” (Le socialisme devant le vieux monde, ou le vivant devant les morts, Paris, Librairie phalanstérienne, 1848, in Vermeren op. cit., página 144.) ↩︎
  15. Cito in extenso a Casimir Bouis en su prefacio a la reedición de los artículos de Blanqui en La Patrie en Danger: “Situado muy joven ante el problema social, [Blanqui] entendió en seguida que la única manera de resolverlo era afrontarlo directamente, pero que había en las puertas de cada nueva ciudad una esfinge sin piedad que devoraba a todos aquellos que, llegados hasta allí, no tenían fuerza para adivinar el enigma. Rápidamente comprendió que en esta lucha suprema era necesario jugarse la cabeza, y Blanqui se la jugó.” (Le Cri du Peuple, 29/IV/1871, in Vermeren, op. cit., página 144.) ↩︎
  16. Cito in extenso a Proudhon (¿Qué es la propiedad?): “La propiedad es el derecho a la ganancia: este axioma será para nosotros como el nombre de la bestia del Apocalipsis, nombre en el que se encierra todo el misterio de esta bestia. Quien penetrase el misterio de ese nombre, es sabido, obtendría la inteligencia de toda la profecía, y vencería a la bestia. ¡Y bien! Gracias a la interpretación profunda de nuestro axioma mataremos a la esfinge de la propiedad. Partiendo de este hecho tan eminentemente característico, el derecho a la ganancia, perseguiremos en sus repliegues a la vieja serpiente, contaremos los retorcimientos homicidas de esta espantosa tenia, cuya cabeza, con miles de ventosas, siempre esquivó la espada de sus enemigos más ardientes, abandonándoles inmensos tramos de su cadáver.” ↩︎
  17. Remito aquí a la reflexión que, desde hace una cuarentena de años, lleva adelante Jacqueline Authier-Revuz en torno a las cuatro no-coincidencias que constituyen el real del decir. Cf. Ces mots qui ne vont pas de soi – boucles réflexives et non-coïncidences du dire. Paris, Larousse, tomes 1 et 2, 1995; reedición: Lambert-Lucas, Limoges, 2012. ↩︎
  18. « Le mythe d’Œdipe », Michel Bréal, Revue Archéologique, Nouvelle Série, Vol. 8. (Juillet à Décembre 1863). ↩︎
  19. Michel Bréal, op. cit., página 199. ↩︎
  20. Patrice Vermeren retoma aquí una perspectiva planteada por Jacques Rancière a propósito de la filología como “figura histórica que pudo encarnarse en las figuras particulares del historiador, del mitólogo, del etnólogo, incluso del poeta”, es decir en “la figura de quien lidia con la vida del lenguaje, de quien sabe suscitar, tras las reglas del discurso, una vida del lenguaje como poder compartido y como poder que comparte”, op. cit. página 219. ↩︎
  21. François Châtelet, Les années de démolition, Éditions Hallier, 1975, página 11. ↩︎

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