Subjetivación neo fascista en torno al sujeto vencido y derivas sobre las prácticas como potencias subjetivas
Adriana Molas
En la invitación a este encuentro se dice que “urge pensar cuales son las maneras de actuar frente a lo que nos subyuga”, situando tanto estrategias como formas de vida no-fascista, conectándonos con quienes se cuestionan sobre el mundo en que vivimos. Esta invitación es una convocatoria a encontrarnos para poner en relación formas múltiples y heterogéneas de ver, pensar, sentir, vivir y luchar, con el anhelo de albergar-nos en las diferencias y en la potencia de la composición de otros modos de estar en el mundo o de hacer mundo.
En el trabajo colectivo que venimos componiendo desde hace un tiempo, albergades por esta Casa de filosofía, pensar-nos y vivir-nos de modos no-fascistas está siendo un proceso en el que se movilizan ideas, pensamientos, acciones y hasta músculos que antes parecían funcionar de modo fluido y sin tensiones. Ubico esta presentación sobre la vida no-fascista como un punto de detención o un momento de enlentecimiento y apertura para pensar-nos en torno a las formas de producción y reproducción del fascismo como modo de existencia (como sostiene Wilhelm Reich y remarca Rodolfo Biquez) que se produce y reproduce en formaciones subjetivas.
Esta presentación emerge de un entramado de diálogos, ideas, reflexiones, prácticas y experiencias colectivas de estudio, investigación e intervención en torno a la pregunta sobre el modo en el que nuestras prácticas pueden operar como tecnologías de construcción de subjetividades dóciles y gobernables, en términos foucaultianos (Foucault, 2009 y 2012), como subjetividades capitalísticas y homogeneizantes, en términos guattarianos (Guattari & Rolnik, 2005). Esta pregunta orientadora fue llevando, tal vez de modo errático, dubitativo y vacilante, como dice Gonzalo Tavares (2013) en su Atlas sobre el cuerpo y la imaginación, a una interrogación armoniosa con lo que está siendo cuestionado ahora, en este texto, sobre la potencialidad subjetivante singularizante, no-fascista, de las prácticas que realizamos. Es esta una cuestión fundamentalmente política que adquiere una gran relevancia si consideramos el momento que estamos viviendo y que podríamos percibir como peligroso. En su Propuesta cosmopolítica Isabelle Stengers (2014) sugiere que son los peligros los que se tienen que tomar en cuenta de modo explícito, siendo que el desafío (de una ecología política) es “una producción pública, colectiva, de saberes en torno a situaciones, que ninguna experiencia particular es suficiente para definir y que se requiere de la presencia legítima, activa, objetadora, de todos los concernidos” (p. 26). Este encuentro sobre “la vida no-fascista” nos convoca a pensar como concernides, a partir de nuestra presencia legítima y propositiva, y tal vez así, reverbere la potencia en la construcción de mundos.
Procesos de subjetivación neofascistas
El prefacio de El Anti Edipo: capitalismo y esquizofrenia en la versión americana, texto conocido con el nombre de “Introducción a la vida no-fascista”, Michel Foucault (1983), retoma del libro de Deleuze y Guattari la idea del fascismo como modo de existencia y como producción social. Desde la búsqueda de “las huellas íntimas del fascismo en el cuerpo” (Preface, xiii) pasa a una interrogante emergente del libro que prologa (que orienta este encuentro tanto como esta presentación en particular): “¿Cómo no volverse fascista, sobre todo cuando uno cree ser revolucionario?” (ídem.). En el contexto del planteo de El Anti Edipo y en el entorno de la “Introducción a la vida no-fascista”, este modo de formular la pregunta, por la negativa: “no volverse fascista”, sugiere la idea de que la producción subjetiva del fascismo sería un modo generalizado de subjetivación. En ese sentido, no volverse fascista estaría implicando un trabajo de resistencia y creación de otros modos de subjetivación.
En El capital odia a todo el mundo. Fascismo o Revolución, Maurizio Lazzarato propone que “la guerra y el fascismo son las fuerzas políticas y económicas necesarias para la conversión de la acumulación del capital”. Parte de la idea de que el desarrollo del neoliberalismo requiere de una transformación de los dispositivos estatales, jurídicos y económicos, los cuales se movilizan en torno al odio de clase y el triunfo estatal sobre las clases subalternas a partir de la guerra civil o la guerra del Estado contra la población. Esta destrucción es una destrucción subjetiva que produce lo que el autor denomina la “subjetividad vencida”, necesaria para el despliegue del fascismo actual o neo fascismo. Entre otros planos, el autor señala que uno de los vectores de la subjetividad fascista se compone de la reconstrucción de la familia y el orden heterosexual. Es en este sentido que para Lazzarato, tanto el fascismo como el racismo, el sexismo y las jerarquías que éstos producen, operan como inscripciones estructurales en los mecanismos de acumulación del capital y de los Estados, siendo que “el triunfo sobre las clases subalternas es parte de la definición del capital, como lo son la moneda, el valor, la producción, etc.” (Lazzarato, 2020, p. 25). Desde esta perspectiva el nuevo fascismo o neofascismo, ha implicado la conversión tanto del fascismo histórico como de la organización de la violencia contrarrevolucionaria.
En las “Palabras previas” del libro de Lazzarato Guerra o revolución, Jun Fujita Hirose (2022) sostiene que la disyunción “guerra o revolución” alude a la estrategia revolucionaria leninista de “transformar la guerra imperialista entre los pueblos en una guerra civil de las clases oprimidas contra sus opresores” (p. 9) siendo que, desde su punto de vista, para Lazzarato esta disyunción (guerra o revolución) se plantea cada vez que la valorización del capital industrial choca con las barreras endógenas. Citando el esquema de Marx en el tomo III de El Capital Fujita reafirma la idea marxiana de que la producción capitalista siempre tiende a sobrepasar las barreras que le son inmanentes a través de medios que levantan, una y otra vez, las mismas barreras. Lo que afirma Lazzarato es que estos medios son las guerras. “Cualquier aumento modesto de la ganancia o de la plusvalía en términos absolutos requiere de una guerra, que sea esclavista, colonial, clasista, patriarcal (sexista o de género), racista o medioambiental” (Lazzarato, 2022, p. 10).
El que lleva a cabo las guerras es el Estado que “no cesa de operar cortes o divisiones en la población humana y no humana por medio de guerras” (p. 10). Desde esa perspectiva la revolución corta o rompe la conexión maquinal del Estado al capital, intenta interrumpir la reproducción ampliada del capital (gracias a las guerras) y al mismo tiempo intenta interrumpir la cadena de guerras que lo acompaña por necesidad. “Si el Estado corta, la revolución corta ese corte” (p. 11). La guerra como modo de corte implica la producción sistemática de la díada vencedores/vencidos. Las guerras entre Estados y las guerras civiles determinan la producción “de una subjetividad derrotada dispuesta (obligada) a obedecer” (Lazzarato, 2020, p. 47) y el racismo contemporáneo asegura la producción de sometimiento. Como dice el autor, “la producción del racista mantiene un vínculo muy estrecho con el capitalismo, especialmente con su motor más letal, la propiedad privada” (p. 47). La guerra y la guerra civil se presentan así, como modos en los que el Estado puede realizar cortes a los procesos de disminución de la ganancia del capital, al mismo tiempo que generar la “subjetividad del vencido”, dócil, gobernable. Es desde ese punto de vista que, según Lazzarato, para que la gubernamentalidad pueda funcionar necesita cancelar la experiencia revolucionaria, aniquilar la subjetividad rebelde y comprometida (que no tenía miedo, que confiaba en el presente de la revolución y que tenía una conciencia de pertenencia a una clase). Para la producción subjetiva gobernable, que se deja operar por el consumo y la producción, se ha desmontado la multiplicidad por los individuos, se instala el miedo y realzando la culpa, la soledad, la responsabilidad individual, etc. Una normalización del poder que implica el sometimiento de las guerras, pero por otros medios, una violencia sobre les vencides, produciendo una subjetividad vencida que, señala Lazzarato, resiste al mismo tiempo que se somete. “Resiste (…) lista para socializarse cuando el deseo de liberación encuentra en el punto de vista estratégico la fuerza para desafiar el orden de los vencedores” (Lazzarato, 2022, p. 81).
Siguiendo con esta línea de pensamiento, estos procesos de subjetivación ocurren en el interior de los procesos económicos, políticos y sociales, y se fundan en la deuda y en el “hombre endeudado”. En Signos, máquinas, subjetividades, Lazzarato (2014) retoma la idea de Guattari de que la economía política y la economía subjetiva son equivalentes, partes de un mismo proceso, pero agrega que en el neoliberalismo esta equivalencia falló. Aunque el neoliberalismo destruyó formas de subjetivación anteriores (como la obrera, la comunista, la burguesa, etc.), no generó una nueva subjetividad más que la del “hombre endeudado”, en un proceso de “subjetivación negativa” que es represivo y regresivo (al cual la izquierda y los sindicatos no fueron capaces de dar respuesta). Esta producción opera a través de dispositivos de “sujeción social” que producen sujetos individuados por la división social del trabajo (las diferentes segmentaridades de género, raza, etnia, etc.) y de “servidumbre maquínica”, que desmantela la conciencia y las representaciones, actuando a nivel pre-individual, en consonancia con el funcionamiento maquínico del capitalismo. Máquinas técnicas y máquinas sociales en las que humanos y no humanos funcionan como partes componentes del agenciamiento corporativo, estatal y mediático.
Se trata de procesos de fascistización subjetiva que, como sugieren Verónica Gago y Silvia Federici (Federici & Gago, 2023) implican la instalación estatal de programas de ajuste estructural y divisiones entre las personas en torno a líneas de clase y raza que generan procesos de “cercamiento capitalista” que producen: “devastación ecológica, empobrecimientos masivos y violencia cotidiana‒ como una estrategia y una política que da más poder al capital. Se trata de procesos de crecientes ataques contra la producción de la vida, el incremento de la explotación y despojo de tierras, aguas y tiempo” (p. 2).
Conviven con esta destrucción y este ataque contra la producción de vida, procesos de crecimiento de resistencias, creaciones y conciencias, potencialidades y efectuaciones subjetivantes que se potencian en procesos colectivos, movimientos sociales, así como en discursos y estrategias, como plantea Federici refiriéndose al movimiento feminista, por ejemplo:
Pero hoy en día, el anticapitalismo está cada vez más en primer plano. Muchas de las luchas que hemos visto estos últimos años se han dirigido directamente al mundo empresarial, particularmente las luchas contra la privatización de la tierra y contra la expulsión de millones de personas de sus territorios (S. Federici & V. Gago, 2023).
Los procesos de subjetivación vencida que reproducen subjetividades dóciles, gobernables, que a su vez reproducen prácticas capitalísticas, que nutren el enlace entre neoliberalismo y neofascismo conviven con retoños de resistencia y creación deseante que, en ciertas condiciones, pueden activarse en enlaces colectivos de acciones revolucionarias. Esto implica, como dice Federici, un trabajo de construcción de conexiones y fortalecimiento de las relaciones afectivas entre las personas. Este fortalecimiento pareciera implicar un proceso de fortalecimiento de esos filamentos potenciales de vida, resistencia y creación de otros modos, en un mundo en el que las tecnologías, incluyendo las tecnologías psi, operan de modo masivo en sentido contrario.
Derivas sobre las prácticas como potencias
Me interesa ahora realizar un pequeño excurso para pensar el modo en el que las prácticas disciplinares operan reproduciendo procesos de subordinación, impotencia y tristeza. Vivimos una medicalización de la vida cotidiana con un énfasis en la psiquiatrización de los afectos y la psicologización de los espacios de articulación social y de sus conductas. Nikolas Rose (1996), por ejemplo, sostiene que la Psicología llegó a impregnar y dominar las maneras de implementar verdades sobre las personas, generando que los problemas sean calculables en términos psicológicos. Las prácticas psi simplifican las intervenciones estatales cuando éstas se dirigen a la conducción de la conducta, generando condiciones de consentimiento y aceptabilidad. Se trata de técnicas que segmentan, clasifican, ordenan y establecen relaciones de jerarquía entre elementos, estados, sujetos normales o anormales ‒en términos de conducta. Las prácticas “psi” son entrecruzadas por las tecnologías de poder a través del control de las conductas (rendimiento escolar, atención, productividad, racionalidad, etc.). Rose dice:
En este caso, la psicología no sería vista en términos de creencias y significados culturales sino que ocuparía un lugar dentro de una genealogía de las “tecnologías de subjetivación” o sea, las racionalidades prácticas que los seres humanos se aplicaron a sí mismos y a otros en nombre de la autodisciplina, el autodominio, la belleza, la gracia, la virtud o la felicidad (Rose, 2011, p. 6).
Es a través de la persuasión o de la violencia que se logra atribuir autoridad para hablar o actuar en nombre de otro (las categorías clasificatorias del DSM, la interpretación o significación a través del lenguaje, la individualización de los problemas que son colectivos y que atañen al entramado social, etc.). Es en este sentido que podemos entender las prácticas psi como productoras de condiciones de aceptabilidad y docilidad en los procesos de formación subjetiva.
A partir de trabajos de investigación desde una perspectiva cartográfica, en los que se realizaron inmersiones en experiencias de prácticas de abordaje en el campo de la niñez y la adolescencia, así como en el campo de la salud mental, a partir de diversos colectivos de trabajo, pudimos experimentar la potencialidad inventiva de prácticas psi que se proponen, de modo explícito, producir condiciones para procesos de subjetivación que no queden subordinados a los principios psicologizantes y medicalizantes más generalizados en las políticas institucionales.
La explicitación de esta intención de producir condiciones para subjetivaciones diferentes pareciera ser una condición fuerte para el fortalecimiento de la emergencia de los planos de resistencia y creación que cohabitan con la subjetividad vencida, culpabilizada e individualizada en su padecimiento como “enfermedad mental” o incapacidad de rendimiento escolar o laboral, por ejemplo.
La explicitación de esta intención implica un posicionamiento político que podríamos relacionarlo con algunos planteos de Silvia Federici (2017) respecto del movimiento feminista; un posicionamiento que en las prácticas nos implica como profesionales concernides, en el establecimiento de una visión de hacia dónde vamos como sociedad, en la construcción de estrategias, debates, investigaciones, que ensayen modos de entender el funcionamiento del capital y del capitalismo, y en la creación de herramientas en la construcción de redes y de un territorio común. Dicho desde otra perspectiva, un posicionamiento político y ético que se active a partir de la “voluntad de potencia” (Deleuze, 1998) que movilice fuerzas y capacidades de acción respecto del sufrimiento .
Las prácticas psi que se proponen explícitamente la construcción de condiciones de subjetivación diferentes a las capitalísticas, operan a partir de una voluntad en el sentido del poder devenir activo, de tornar-se cuerpo potente, capaz de hacer, de actuar. Juan Esperón (2014) plantea que el elemento creador de sentido de la potencia, el elemento direccionador de las fuerzas, es la voluntad. Pero la voluntad no entendida en el sentido cartesiano, como efecto de la conciencia y la autoafirmación de la propia identidad subjetiva. La voluntad refiere aquí a la potencia de actuar de la que habla Spinoza, a partir de la cual los cuerpos tienden a vivir toda su potencia, pero siempre en su encuentro con otros cuerpos que se movilizan en procesos de afectación a partir de esos encuentros. La voluntad de potencia remite al esfuerzo por llevar las fuerzas (potencias) al límite de sus posibilidades, a una voluntad de vivir como cuerpos múltiples, a partir del encuentro entre heterogeneidades, lidiando con las fuerzas paralizantes de la violencia emergente de las diferentes formas de guerra. Implica el aumento de la potencia de actuar a partir de tomar en cuenta las afectaciones, potenciar las articulaciones entre los seres, tanto humanos como no humanos, produciendo singularizaciones
También vemos la potencialidad inventiva de las prácticas “psi” en cuanto emergen de afectaciones y articulaciones entre diferencias, traspasando las fronteras de las propias disciplinas, produciendo fusiones con otras prácticas como las artísticas, filosóficas o políticas. Es en esas fusiones, a partir de esas zonas fronterizas, se puede inventar algo, generar condiciones para espacios de subjetivación diferentes. Esta perspectiva emana de un modo de concebir las disciplinas (psi, por ejemplo) como espacios abiertos en donde se distribuyen flujos cuyas figuras son consideradas en función de los afectos y que se producen a partir de ellos. Se trata de una ciencia nómade que sigue los flujos, que se distancia de las ciencias imperiales, pues “la ciencia nómade ejerce una presión sobre la ciencia de Estado” (Deleuze & Guattari, 2002, p. 269) y, como dice Suely Rolnik, de proponer “algo de nuestras vidas que nos fuerza a hacerlo para dar cuenta de aquello que está pidiendo paso en nuestro día a día” (Guattari & Rolnik, 2005, p. 478). La fusión de la psicología con el arte, por ejemplo, convoca a la producción de un lenguaje y un pensamiento que, en la invención de otros posibles, engendra condiciones para el contagio y la transformación. Es a partir de la experimentación, de la inmersión en las experiencias, de la afectación del encuentro con el campo, de las transformaciones producidas en nosotros mismos a partir de eso y, sobre todo, de las articulaciones y relaciones que van siendo creadas mientras esto sucede, que van siendo inventadas nuevas asociaciones. Acuerdo con Guattari y Rolnik (2005) cuando dicen: “El proceso de singularización de la subjetividad se hace prestando, asociando, uniendo dimensiones de diferentes especies” (p. 54).
Un último aspecto que quisiera resaltar en la construcción de prácticas psi que dispongan condiciones para subjetivaciones diferentes, es la capacidad que los dispositivos de trabajo generan frente a los procesos recalcitrantes que afectan a los sujetos que participan en ellos. Que los propios dispositivos generen condiciones para que las y los participantes cuestionen y hagan que el dispositivo se transforme, en función del encuentro con las problemáticas que éstos plantean (Despret, 2011).
Las prácticas técnicas como las psi son prácticas disciplinares emergentes de la propia construcción del Estado que operando como mecanismos de gubernamentalidad en la creación de sujetos dóciles y gobernables. En el caso de las psicologías, las tecnologías son verdaderos instrumentos de docilización a través del enganche con el miedo y la impotencia que resuenan con la subjetividad vencida, a través de la estratificación y clasificación de múltiples aspectos de la vida, que quedan encapsulados como incapacidades individuales, promoviendo la fragmentación, la soledad, la impotencia y la necesidad de ser adaptables a lo que se espera de nosotres.
La psicología en sí como disciplina reproduce esas prácticas pero, esas prácticas, albergan potencialidades subjetivantes rebeldes, desobedientes y, por ende, revolucionarias, cuando se construyen con intención de transformación, con capacidad de pensarse a sí mismas y transformarse en función de lo que el encuentro con las personas promueva y, al mismo tiempo, en tanto se animen a desmontar su “objeto individual” de abordaje, para posibilitar nuevos modos de subjetivación.
Referencias
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