Experiencias colectivas destituyentes
I. Ni Todo Está Perdido (NITEP)
Sobre lo destituyente, en filosofía artesanal
Colectivo NITEP es un grupo de personas en situación de calle que en el 2018 empezaron a unirse y a luchar por sus derechos.
En el origen del colectivo hay un conflicto que mueve a la acción: haber sido expulsados de la Facultad de Ciencias Sociales por problemas en la sala de informática. Hay una situación de injusticia social que hasta ese momento no era visible como un problema de raíz estructural. Las leyes definían esta situación criminalizándola, desde la Ley de faltas en el gobierno anterior del Frente Amplio, hasta la Ley de urgente consideración de Lacalle Pou que desde el 2022 agudizó aún más la realidad.
En el origen de la situación de calle hay una intemperie, personas que nacen, viven y mueren en la calle, así como una indiferencia social que naturaliza y convive con ella como si fuera normal. Los objetivos del colectivo se hacen imagen en una trenza, formada por vivienda, salud y trabajo. Entendemos la atención a la salud como una problemática relacionada con la adicción, la alimentación y la salud “mental”; el trabajo como una forma de sostenibilidad; y la vivienda como una necesidad y un derecho básico: casa primero, para construir la dignidad y salir de la opresión a la que nos condena la desigualdad social.
En ese devenir y compartir con los compas, al mismo tiempo, algunas vamos trabajando con una perspectiva de género −lo que llamamos “la lucha dentro de la lucha”−, y eso implica visibilizar a las mujeres en situación de calle y diferenciar la mayor violencia que recae sobre ellas, sea en la calle o en los refugios mixtos. No es solo la violencia institucional sino también la violencia de género; en ese sentido, la lucha nos involucra también en acciones que tienen que ver con la defensa de los derechos de las personas trans y las disidencias.
¿Qué destituye el colectivo?
Destituimos el concepto que da comienzo a una discriminación y a un prejuicio que nos colocan en la jerarquía social como marginados que no colaboran en la sociedad con nada útil, sin conciencia ni valores. “Una masa informe, difusa y errante” −se lee en Google−, dependiente de la asistencia, de la delincuencia y de lo que otres desechan, una masa improductiva.
Destituimos la naturalización de una situación y el concepto cómodo de que ésta es producto de acciones individuales. Denunciamos, porque somos capaces de pensar y mantener un diálogo, que la situación de calle es producto de una estructura social que nos mantiene en la pobreza. Esta pobreza innecesaria en nuestro país también abarca a la población en riesgo de situación de calle: en los asentamientos de los suburbios, en las pensiones miserables, a los que salen de las cárceles, del INAU (Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay), de los asilos psiquiátricos, a los que migran del interior a la ciudad y al resto del mundo. El eufemismo “línea de pobreza” en estos años ha aumentado, y también las personas en situación de calle.
“Abrir las categorías hará que la vida sea más vivible”, dice Judith Butler.
Todo cuerpo tiene derecho a casa y comida. Destituimos, por lo tanto, la culpa.
Destituimos la idea liberal de que el statu quo es inamovible e intocable, que nada va a cambiar, que el mundo siempre fue así y va a seguir siendo así; destituimos, por lo tanto, el fatalismo.
Destituimos la expulsión social como forma de relación y organización. Somos, por decisión política, un colectivo que abraza, que no busca echar a nadie: la ciudad es un derecho de todes, la ciudadanía es un derecho de todo ser humano. Destituimos, por lo tanto, la violencia como horizonte.
“La descripción de una vida puede ser la descripción de un muro […] Pensar la materialidad a través de los muros de ladrillo institucionales es ofrecer una forma diferente, es pensar la conexión entre cuerpos y mundos. La materialidad habla de lo que es real, es algo real que bloquea el movimiento y, así, impide un cambio. Los muros no son solo percepciones, pero la percepción importa. Algunas percepciones son muros. El modo en que te perciben puede ser lo que te impide existir”, dice Sara Ahmed.
Desde hace un año, y con muchas dificultades, estamos llevando adelante dos proyectos de vida para intentar mejorar nuestra problemática desde otras maneras menos violentas que las de los refugios y la calle. Uno es la formación de una cooperativa de trabajo, con el municipio B, que abarca el cuidado, en dos turnos de compas, de tres baños químicos en tres plazas de la ciudad. Proyecto nacido de una pregunta indignante: ¿cómo es que más de 6000 personas en situación de calle tengan que hacer sus necesidades y menstruar en la calle sin poder bañarse?
Al otro proyecto lo llamamos “Llegando a casa”. Casa primero: son dos casas en convenio con MIDES (Ministerio de Desarrollo Social), ocupadas por dos grupos de compas de forma compartida, con menos tutela y un acompañamiento, para fortalecer la autonomía. Una apuesta a la dignidad, a la solidaridad, sabiendo que el esfuerzo cuesta, pero vale la pena.
Esta experiencia lleva 5 años de lucha porque creemos que nadie vive solo en el mundo, sino que vivimos con otres, y el problema de unos es el problema de todes. Con respecto a este punto, quisiéramos plantear una última cuestión: la experiencia destituye la teoría, o al menos la sustituye por teorías más verdaderas, más cercanas a la realidad. De aquí en adelante, ya no será lo mismo, y todas las versiones (desde la derecha centro izquierda…) serán responsabilidad de una sociedad y un sistema político que miente para justificar formas de exterminio. Como si, por haber caído en calle, no se tuviera derecho a acceder a una casa; no es humanidad dejar que se viva y se muera de esa manera, mientras se siguen inventando leyes que criminalizan la pobreza.
Lo que destituimos da lugar a otras maneras, a otros espacios de convivencia.
II. Movimientos para las autonomías
Líneas de destitución
A comienzos del siglo XXI, al oeste de Montevideo, en una visita al Parque Público Punta Yeguas,unos escolares lanzaban piedras a las máquinas retroexcavadoras de una arenera que depredaba este espacio de más de cien hectáreas de playa, monte y cañadas, rebosante de personas, grupos y organizaciones amigas de los diversos ecosistemas vivos de esa zona a defender. El parque, finalmente recuperado, navega en los vaivenes de la burocracia institucional con el deseo de una gestión asociada entre la Intendencia y los habitantes del barrio obrero de Santa Catalina, con una larga tradición de terrenos okupados, se convertirá en uno de los enclaves para las prácticas de senderismo, avistamiento de aves y canotaje (escuela de mar) del colectivo “Carancho y Fuego”.
Colectivo de personas estigmatizadas, violentadas, vulneradas en sus derechos por ser “usuarios” de servicios de salud mental, “Carancho” forma parte de “Movimientos para las autonomías” junto con otros dos colectivos, “Compaz” y “Juntas Podemos”, que, desde el año 2017, se reúnen varias veces por semana en torno a una huerta comunitaria con fines de autoabastecimiento que, al cierre de la jornada, reparten su cosecha. Funcionan en el área verde y el invernáculo del Parque Tecnológico Industrial del Cerro, situado en otro barrio popular contiguo, creado por dos siglos de oleadas de inmigrantes, con una larga trayectoria de participación política comunitaria y redes de solidaridad.
“Movimientos para las autonomías” surgió en un contexto uruguayo efervescente en el que la llamada “Asamblea Instituyente” y diversos colectivos sociales durante algunos años se habían manifestado en las calles de la ciudad en favor de la desmanicomialización y de una vida digna. Como consecuencia de ello, en el 2017 una nueva Ley Nacional de Salud Mental sustituyó a la vetusta Ley del Psicópata de 1936. Sin embargo, el Estado se ha manifestado hasta ahora incapaz de concretar el cierre de las estructuras asilares y las colonias de alienados previsto por la nueva ley para el 2025.
En la nueva ley, “se entiende por salud mental un estado de bienestar en el cual la persona es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad.” Nacemos, así, del hastío de llamar “rehabilitación”, “recuperación” o “integración”, al intento de adaptación psicosocial (¿qué sucede si alguien dice que no quiere trabajar?), del rechazo a la Salud definida por las organizaciones mundiales, que bajan sus lineamientos y protocolos hacia instituciones que no paran de generar discriminación, cuando no tutela u omisión, a través de las políticas públicas, las corporaciones y la industria farmacéutica.
No contamos con pretensiones de reproducir un “modelo” de atención. Intentamos hospedar, en los mínimos gestos, lo inconsciente, la locura sin obra, explorando modalidades clínicas capaces de albergar demasías, encantar la nada, construir relatos minoritarios, producir moradas de la palabra. Y están el grupo de apoyo, focalizado en lo situacional actual, la asamblea semanal donde se decide lo que nos atañe (tareas, conflictos, dinero) y el plenario mensual de colectivos.
Más que una red alternativa a la psiquiatría, lo que procuramos es una alternativa a la biopolítica: inútil criticar la lógica asistencialista del modelo médico hegemónico, sin desactivar sus alianzas con otros poderes y saberes disciplinarios como la Psicología, la Administración o el Trabajo social. Salir de la homogeneidad de las normalidades supone hacer lugar a las disidencias eróticas y las singularidades intensivas, destituyendo el discurso de la psicopatología, de los trastornos mentales, de la discapacidad física e intelectual. Los diagnósticos no cuentan cuando nos encontramos. No queremos una comunidad identitaria, una “población” de usuarios de salud mental, sino un pueblo de vecinos y vecinas.
Muchas experiencias tienen lugar en otros espacios del entramado territorial: casas culturales, plazas, preciosa cartografía. Participamos en una red de agroecología, de trueque de semillas, en radios comunitarias (del hospital psiquiátrico, “Vilardevoz”), en reuniones con grupos de investigación, colectivos independientes y emprendimientos productivos vinculados a los procesos alternativos a la manicomialización (“Bibliobarrio”).
Es clave la circulación por espacios de capacitación académica, laboral, deportiva y sociocultural (apoyo escolar para adultos, informática, carpintería, danza, circo, guitarra y canto). Es un proceso que involucra tensiones entre los paradigmas coexistentes de los distintos actores que participan y que provienen de las policlínicas barriales, la organización de usuarios de la salud de la zona, la municipalidad y la universidad (practicantes y residentes de Psicología, Agronomía, Nutrición, Educación Física, Trabajo y Educación Social). Más que oponernos a estas instituciones, se trata de usarlas con otros fines. Se entraman también saberes que trascienden a los que históricamente han tenido cabida en este campo, saberes distintos al del académico y el científico: saberes insurrectos, sometidos, subvalorados, como los ligados al uso de las plantas medicinales.
Todo esto sería imposible sin la sinergia ética y política con las redes nucleadas en la Mesa Social barrial. En tiempos de pandemia y emergencia alimentaria, mientras el sistema de salud colapsaba, un grupo de producción de alimentos allí se organizaba, armando más de cuarenta huertas en algunas casas a fin de lograr cierta autonomía alimentaria.
Sin confundir la desinstitucionalización con la potencia destituyente, nuestro horizonte está dado por la producción de experiencias que parten de lo deseante y apuntan a decidir cómo queremos vivir, así como por la creación de zonas de enigma que alojen otras sensibilidades, otras formas de vida. Zonas que no están libres de conflictos, persecuciones ni tensiones (no nos mueve un lirismo ingenuo), como tampoco de maneras no convencionales de transitarlos. Zonas de contacto con la naturaleza, madre tierra, un todo vivo. Pues somos compost.