Pensar el afuera

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Pensar el afuera

Elías Soma

1. Civilización

¿Qué define una época? A pesar del estupor y la perpleji­dad causados por la aparición de la técnica macabra du­rante la Primera Guerra Mundial, y a pesar también de los horrores de la Segunda Guerra, de la eliminación sistemá­tica en los campos de concentración, de las bombas atómi­cas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, y de los infames bombardeos, justo antes de terminada la guerra, sobre las ciuda­des alemanas, es probable que los años que nos toca vivir sean los que vean nacer la crítica más amplia del destino triunfal de la civilización.
Trataré de ser más claro. Por lo menos en lo que concierne a Occidente, hasta hace no más de diez años, la mayoría de sus habitantes mal o bien podía proyectarse, y la herencia humana raramente estaba puesta en duda. Me refiero a un pathos general. Todo esto, sin dudas, mediado por una fe socavada, pero indiscutible, más allá de los eventos a los cuales acabo de referirme. Quisiera considerar algo que acaba de surgir, que emerge en este momento. Incluso para aquellos de mi generación, escolarizados en los años no­venta, quienes crecieron sabiendo el grado de alta destruc­ción de las condiciones de vida en el planeta, este elemento es extranjero.
Hoy en día las sospechas se han vuelto certezas, en lo con­cerniente al irreversible proceso de degradación de las condiciones de vida en la Tierra. No vamos a detenernos demasiado en esto. Lo cual no quiere decir que no sea ma­teria de discusión. En definitiva, lo que quiero postular es una ruptura, que quizás no tiene nombre todavía. Quizás esta época marcada por un nuevo sentimiento, podría lla­marse, de manera agambeniana, “el tiempo del fin”.
Este tiempo que se abre, está produciendo, de golpe, no solo una miríada de formas nuevas de existir sino, además, la posibilidad, podría decir casi la necesidad ‒no en el sen­tido moral‒ de una crítica fundamental de la civilización.
La palabra “civilización” es absolutamente clave. No hay una definición que pueda imponerse y, sin embargo, de al­gún modo, el tiempo que nos toca vivir nos obliga a darle un significado. Quiero decir con esto que el tiempo nos obliga a dar una mirada hacia la lejanía. Hace unos seis mil años, se construían las primeras ciudades amuralla­das, contando estas con una estructura jerárquica neta, así como con un dominio sobre el entorno que, como diría Leroi-Gourhan, no ha cambiado fundamentalmente en los milenios siguientes. La epopeya de Gilgamesh muestra claramente las fuerzas presentes en ese momento prima­rio. Cuando Gilgamesh se entera de que hay un salvaje tan fuerte como él, lo primero que se le viene a la mente es seducirlo y, así, atraerlo a la ciudad. La historia de la civili­zación es, en parte, la historia de una fuerza de seducción, de una atracción, así como de una resistencia. En este sen­tido, adentro y afuera son dos términos que estructuran el horizonte de lo pensable. Es decir, de lo que puede ser pen­sado. Este horizonte define de una manera radical nuestra época. Lejos de ser un término fetiche, afuera se impone por el simple hecho de exponer el fundamental Mismo del orden civilizatorio.
La hipótesis con la quisiéramos comenzar esta exposición es aquella según la cual la época en la que vivimos se carac­teriza por un acceso hacia tales fundamentos, tomando en cuenta la presencia de la estructura adentro-afuera produ­cida por la civilización, y los efectos vividos por la mayoría de los seres humanos. En este sentido, para comprender­lo de una manera menos abstracta, podemos decir que la cuestión que queremos tomar en mano corresponde a una actualidad. Elegimos entonces el camino por el cual pensar el afuera quiere decir, en principio, pensar la civilización.

2. Contraste

A menudo, cuando se plantea la cuestión del afuera, en tanto que afuera de la sociedad, afuera del Estado y sus instituciones, afuera del sistema capitalista, la forma que la cuestión toma es la siguiente: ¿es posible salir? Otras pre­guntas similares aparecen: ¿Salimos realmente? ¿Estamos realmente afuera? ¿En qué medida estamos afuera? Luego, estas formulaciones obedecen al sentido puro de la pala­bra, que es un sentido geométrico. Se trata de trazar una frontera neta entre adentro y afuera. Como en la película de 1965 de Luis Sérgio Person, São Paulo, Sociedade Anô­nima, donde un hombre intenta salir de la megalópolis sin tener éxito, el afuera aparece siempre como un horizonte alucinatorio. La salida es imposible. Siendo vanos todos los esfuerzos, pues el afuera es una ilusión.
Dicho esto, estamos autorizados a decir: “sin embargo…”. Sin obstrucción, entonces. Porque, en cierto sentido, uno puede encontrarse afuera. Ahora bien, este sentido del es­tar afuera que aparece en las experiencias contemporáneas debe excluir, para comprenderlo cabalmente, el sentido geométrico, purista y moralista. Hablamos de la estructura adentro-afuera-límite.
Pero no se trata de dejar de lado la visión, sino de ampliar el sentido del sentido. Si nos encontramos afuera, es porque estamos contra y en contacto con algo más. La experiencia del afuera, en el sentido que estamos buscando, correspon­de a un estar contra. No lejos. Cerca. Del latín incontra, de hecho, se ha derivado el término “encuentro”. Ahora bien, este contacto, del encuentro, no podemos abarcarlo par­tiendo del límite entre un adentro y un afuera. La visión debe ampliarse para que podamos ver los contrastes que están en juego. Las superficies son las fuerzas y las rela­ciones que están en juego. En este sentido, el encontrarse afuera, si es constatado, quiere decir: estar en contraste. Se trata entonces de pensar el contraste, cuando queremos pensar el afuera. La pintura nos ayuda más, por el momen­to, que la geometría euclidiana. Paul Cézanne diría que todo es contraste de colores. Este término, en su sentido pictórico, nos permite, por una parte, sobrepasar la aporía del afuera puro y, por ende, imposible. Por otro lado, nos permite pasar de una forma pasiva del encontrarse afuera, y de un cierto uso de la palabra “afuera”, a una forma activa y, digamos, potencialmente estratégica.

3. Separación

Si bien la idea de “bárbaro” existe desde la Antigüedad, la palabra “civilización” comienza a ser utilizada en el siglo XVIII. En 1795, dice Condorcet:

se verá que ese paso tormentoso y arduo de una sociedad tosca al estado de civilización de los pueblos ilustrados y li­bres, no es una degeneración de la especie humana, sino una crisis necesaria en su marcha gradual hacia su perfecciona­miento absoluto.1

De más está decir que esta idea se transforma en el trans­curso del siglo XIX en fundamento del despliegue colonial europeo. La actualidad de la dupla civilización-progreso no es necesario explicarla aquí. Lo importante es que la idea de civilización irrumpe también en el destino de la noción de bárbaro. El bárbaro no es más, como en la An­tigüedad, el otro que es otro por no hablar la lengua. Re­cordemos que “bárbaro” es, en principio, el que balbucea, pues desconoce el griego. En los siglos más cercanos, la superioridad de ciertas naciones estará sobre todo signada, más bien, por el desarrollo económico, técnico y científico. La expansión, ha sido la base de la relación entre la ciudad y sus alrededores. En tal sentido la dupla civilización-pro­greso, completará el destino de Occidente. Durante la pan­demia de la Covid, el poder tecnocientífico, aparece en su faceta biocrática, mostrando claramente una de las nuevas figuras del bárbaro: el no vacunado. El bárbaro sigue sien­do el otro. Pero deja de ser el que no habla la lengua. Y sobre todo el inocente de los tiempos de la Conquista. El gesto civilizador ha cambiado. Pero ¿en qué sentido?
Podemos decir que hoy en día, lejos de ser solamente un vector de la relación entre los Estados, la dupla bárbaro-ci­vilizado está siendo interiorizada. El bárbaro, por ejemplo, en Francia, es el que se separa. El término utilizado por sociólogos y políticos, entre otros, para definir este gesto, es el de separatismo. Los separatistas serían aquellos que no quieren vacunarse, así como los musulmanes que utili­zan atuendos connotados como religiosos, aquellos que se oponen a la instalación de antenas 5G, los que ocupan un territorio para impedir la tala de un bosque o las mujeres que se reúnen en espacios no mixtos. El término se super­pone casi al de identitarismo, pero es más amplio. Así, la figura del bárbaro interior, en Francia, es la del separatista. Y, como acabamos de decir, esta noción nada tiene que ver con el separatismo que podemos encontrar en otros países como España o Reino Unido.
En Francia, el separatista es, sobre todo, un desertor de la República. La ofensiva republicana reafirma la idea que mencionábamos antes respecto al encontrarse afuera. El espacio se abre de hecho. En tal sentido, es la hostilidad del gesto civilizatorio lo que determina el carácter del vocablo.

4. Dialecto

Quisiera leerles, la frase de un comunicado publicado el 9 de noviembre de 2022 por Plenaria Memoria y Justicia, en su cuenta de Instagram, en relación con la salida del libro de Sanguinetti y Mujica2: Fuimos, porque sabemos que con las palabras se pueden construir los poemas más her­mosos, pero también las mentiras más terribles”.
La aleación de Sanguinetti y Mujica corresponde a la figura del sistema político uruguayo. El afuera, como en Francia, está determinado por esta alianza de partidos, eminente­mente logocéntrica. El sentido del bárbaro, más allá de las transformaciones que acabo de mencionar, sigue siendo una forma netamente lingüística. El gesto civilizatorio por excelencia opera aún en el lenguaje. La transformación del lenguaje en simple medio de información, como ya ha di­cho Agamben siguiendo a Heidegger, es un elemento de­terminante de las últimas transformaciones epocales, y es aquella que nos llevará seguramente a la destrucción. El gesto civilizatorio es sobre todo una relación con el lengua­je, una reducción. Pensar el afuera implica pensar nuestra relación con el lenguaje.
Para finalizar esta intervención, voy a leerles un pasaje del discurso de Agamben a los estudiantes de la Universidad de Venecia, pronunciado el 11 de noviembre de 2021, con­tra el pase sanitario, en el cual nos deja algunas pistas:

La primera tarea que nos toca, es encontrar una relación germinal y casi dialectal, es decir, poética y pensante con nuestra lengua. Es la única manera en la que podremos sa­lir del impase que la humanidad parece haber encontrado, y que la conducirá seguramente a su extinción, sino física, por lo menos ética y política. Hay que redescubrir el pensa­miento como un dialecto imposible de formalizar y de for­matear.3

  1. Condorcet, N.: Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espí­ritu humano, Ed. Nacional, Madrid, 1980, pp. 99-100. ↩︎
  2. Pereyra, G. y Ferreira, A.: El horizonte. Conversaciones sin ruido entre Sanguinetti y Mujica, Debate, Montevideo, 2022. ↩︎
  3. Publicado en francés el 11 de enero de 2022 en: https://entetement.com La traducción es mía. ↩︎

Artículo contenido en el libro «Afuera» de la editorial Maderamen. Escribe a casadefilosofia@protonmail.com para solicitar un ejemplar.

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