La cuestión de lo destituyente
Santiago Navarro
Uruguay es un país de instituciones fuertes. Al menos es eso lo que se dice. Un país en el que hasta los que creemos que no somos conservadores, para contraponer a lo instituido y las instituciones, apostamos nada menos que a lo instituyente. Pensemos en los procesos iniciales de formación política por los que pasamos: sindicatos, centros de estudiantes, partidos políticos, familias, iglesias. Allí hemos aprendido la importancia de defender las instituciones, de respetar las instituciones, de preservar las instituciones estables, robustas, confiables. Hemos aprendido lo que se espera de nosotros: que aportemos −que dediquemos nuestra vida− a la conservación de lo instituido o a su transformación, es decir, a la construcción de procesos instituyentes. Hemos sido educados en la esperanza de las instituciones buenas. También hemos vivido el horror cuando algunas de ellas fueron arrasadas.
Es en este paisaje que lo destituyente tiene su gracia.
Corría el año 2001 en Argentina. En las calles, las protestas encontraban una consigna: “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!” En abril de 2002 el Colectivo Situaciones proponía nombrar lo sucedido del siguiente modo: insurrección destituyente. Citemos algunos de los pasajes en los que explicitan el sentido que le quieren dar a esta expresión:
La multitud no se presenta como pueblo-agente de la soberanía. Tampoco opera según su potencia instituyente. Creemos que las potencias de esta insurrección de nuevo tipo funcionan de manera “destituyente” al grito de “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Obviamente, esta consigna no debe reducirse a su pura literalidad: la insurrección del 19 y 20 consistió en un “no” inmediatamente positivo. La potencia de la multitud no se deja leer desde la teoría clásica de la soberanía, sino a partir de los devenires que inaugura. La revuelta fue violenta. No sólo volteó un gobierno y enfrentó durante horas a las fuerzas represivas. Algo más: desbarató las representaciones políticas vigentes sin proponer otras. La marca de esta insurrección en el cuerpo social es mayor. No se la puede inscribir en la tradición de insurrecciones clásicas: no hubo dirección; tampoco se planteó la toma del poder estatal. Todas las capas de la sociedad argentina fueron conmovidas y cada cual se pregunta qué hacer con los efectos de aquellas jornadas. No hay homogeneidad ni modelos, hay interrogantes. (Colectivo Situaciones, 19 y 20. Apuntes para el nuevo protagonismo social, 2002, pp. 12-13).
Que se vayan todos, no da lugar a la esperanza de que baje del cielo un gobernante-todo-bueno que venga a cambiar el estado de las cosas. Los efectos de la insurrección son múltiples y dispersos, no centralizados en partidos ni cabecillas.
La presencia de tantas personas que habitualmente no participan de lo público, sino en condición de individuos acotados y objetos a ser representados tanto por el aparato comunicacional como por el político, destituyó toda situación central. No hubo protagonistas individuales: se destituyó toda situación de representación. (Colectivo Situaciones, 2002, p. 36).
Es en este sentido, seguramente, que se titula uno de los apartados de 19 y 20…: “Una insurrección sin sujeto” (Colectivo Situaciones, 2002, p. 33). Este párrafo puede ayudarnos a entender cuál es allí la propuesta de la insurrección destituyente:
La destitución parece ser, entonces, una operación de significación mayor: si la política realizada en términos de institución soberana encuentra su punto de ser en la constitución estatal de lo social, la acción destituyente parece postular otra vía de practicar la política, de enunciar el cambio social. Tal destitución no implica una apolítica: la renuncia a sostener una política representativa (de soberanía) es condición –y premisa– de un pensar situacional y de un conjunto de prácticas cuyos sentidos ya no son demandados al Estado. Llamamos apertura a la combinación de la acción de destitución, que amplía el campo de lo pensable, con el ejercicio de un protagonismo que no se limita a las funciones instituyentes de soberanía. (Colectivo Situaciones, 2002, p. 43).
La destitución será entonces, para el Colectivo Situaciones, la destitución de la centralidad del Estado en las prácticas políticas. Esta noción está fuertemente emparentada con las producciones que Cristina Corea e Ignacio Lewcowicz, vinculados a ese colectivo, realizaban en 1993 en el libro ¿Se acabó la infancia? Ensayo sobre la destitución de la infancia. Luego, ya en los albores del siglo XXI, en el célebre Del fragmento a la situación (Lewcowicz, Cantarelli y Grupo Doce, 2000) y, posteriormente, en el muy leído Pensar sin estado (Lewcowicz, 2004). Allí, no se hablaba de la destitución como un horizonte de los movimientos sociales, sino en el marco de una descripción de la mutación civilizatoria en la que el Estado perdía lugar:
La crisis actual consiste en la destitución del Estado-nación como práctica dominante. Esta destitución no describe un mal funcionamiento, sino la descomposición del Estado como ordenador de todas y cada una de las situaciones. (Lewcowicz, 2004, p. 156)
Esta misma formulación aparece ya en el año 2000:
La crisis actual consiste en la destitución del Estado Nación como práctica dominante, como modalidad espontánea de organización de los pueblos, como paninstitución donadora de sentido, como entidad autónoma y soberana con capacidad de organizar una población en un territorio. (…) Este agotamiento describe una variación de otra estirpe: la descomposición del Estado para todas y cada una de las situaciones. Mutilado de esa capacidad, el Estado ya no es el que era. Su estatuto es otro (Lewkowicz, 2000, p. 1).
En el 2006, el Colectivo Situaciones encontrará otra forma de articular lo destituyente. El título de una de sus publicaciones en el diario Página/12 será“La construcción de un poder destituyente”, donde se dice: “Lo que quedó como marca indeleble fue la construcción de un poder destituyente, de un rechazo que abrió a nuevas derivas políticas: fue un “no” positivo capaz de impugnar el funcionamiento de la maquinaria del poder y, a la vez, de visibilizar redes de intercambio y politización”.
Lewkowicz y Corea fallecieron trágicamente en el 2004, y el Colectivo Situaciones dejó de publicar bajo ese nombre en el 2013. Pero el asunto de lo destituyente volvió por otra vertiente. Giorgio Agamben, discutiendo con Mario Tronti, el Comité invisible y otros tantos, presentó en 2013 una conferencia que luego fue publicada, traducida y revisada varias veces, y que en una de sus versiones lleva por título “Elementos para una teoría de la potencia destituyente”1.
Agamben encontró el término destitución en el ensayo de Walter Benjamin Para una crítica de la violencia, traduciendo a su modo el término alemán Entsetzung. Esta marca benjaminiana puede verse en el siguiente párrafo del texto de Agamben: “Si al poder constituyente le corresponden revoluciones y levantamientos, es decir, una violencia que funda y constituye el nuevo derecho, entonces para la potencia destituyente es necesario pensar estrategias completamente diferentes, cuya definición es la tarea de la política que viene.”
Los elementos con los que Agamben construye lo que nombra potencia destituyente están vinculados a las nociones que desarrolló durante unos veinte años en los nueve libros de su arqueología de la política occidental que lleva por título Homo Sacer. Así, excepción, guerra civil, forma-de-vida, inoperosidad y uso subrayan diferentes aspectos del gesto destituyente.
El gesto destituyente es, para Agamben, un gesto inoperoso:
Un ejemplo aclarará cómo debe entenderse esta «operación inoperosa». ¿Qué es, en efecto, un poema sino una operación que tiene lugar en la lengua y que consiste en volverla inoperosa, en desactivar sus funciones comunicativas e informativas para abrirla a un nuevo uso posible? Lo que la poesía lleva a cabo para la potencia de decir, la política y la filosofía deben llevarlo a cabo para la potencia de actuar. Al volver inoperosas las operaciones biológicas, económicas y sociales, ellas muestran lo que puede el cuerpo humano, lo abren a un nuevo uso posible.
El asunto fue también planteado por el Comité invisible, Marcello Tari, y otras tantas amistades. Estas lecturas iluminan distintas aristas del asunto que valdría la pena discutir colectivamente a la luz de nuestras experiencias, de nuestras vidas, de nuestros dolores y nuestros entusiasmos.
Para finalizar, me gustaría poner sobre la mesa algunas de las cuestiones centrales sobre las que suelen girar las conversaciones en torno a lo destituyente, sea nombrado como destitución, insurrección destituyente, poder destituyente o potencia destituyente. Nombraré tan solo algunos de los asuntos que pueden ser orientadores para nuestras situaciones, para nuestras vidas.
- Lo destituyente busca una salida de la dialéctica entre lo constituído y lo constituyente, entre lo instituido y lo instituyente, entre violencia instauradora de Derecho y violencia conservadora de Derecho. Lo destituyente desconfía de estas dialécticas, y especialmente de la esperanza que suele depositarse en el devenir-supuestamente-progresivo de la dialéctica, a la vista de la interminable lista de situaciones en las que cuando lo instituyente logra instituir, no tarda en recurrir a los mismos modos, a los mismos medios, a la misma clase de violencia, para conservar sus logros y preservar su lugar.
Una preocupación insiste: ¿cómo hacer de otro modo, cómo salir del círculo?
En esta línea, lo destituyente no se confunde con lo que en castellano solemos entender por destitución, es decir, quitar a alguien de un puesto de poder para colocar a otro. No faltan quienes han leído a lo destituyente en ese registro, planteándoselo como un paso intermedio de la dialéctica, y no como su ruptura. Tal vez no sea casual que algunos de estos planteos vengan de intelectuales, europeos y latinoamericanos, que han sido candidatos de partidos políticos. - Lo destituyente destituye a los fines como organizadores centrales de toda actividad, y atiende especialmente a las formas y los medios: cómo hacemos lo que hacemos por sobre qué y para qué lo hacemos. En este sentido, lo destituyente da un salto fuera de los carriles que nos llevan a hacer de nuestras vidas y nuestros colectivos un proyecto, una empresa.
- Como dice Idris Robinson2, lo destituyente parte de experiencias concretas. Habita otras formas de lo político. Las experiencias de sublevación en las que la vida −al menos mientras eso dura− pasa a ser otra cosa, son las referencias preferidas de lo destituyente. “La destitución del poder y sus obras es una tarea ardua, porque es ante todo y solo en una forma de vida que puede ser llevada a cabo. Solo una forma de vida es constitutivamente destituyente.” (Agamben, 2021).
- Lo destituyente se abstiene de la tentación de cambiar el mundo, con la certeza de que quien aspire a hacerlo, tarde o temprano, en su comunidad o en su patria, será un tirano. Lo destituyente implica destituir la aspiración a una totalidad y busca abrir a la creación de mundos y vidas, posibles y vivibles. No es lo mismo querer cambiar el mundo, y especialmente el mundo de los otros (“pobreza cero”, “ni un suicidio más”, dicen las campañas instituyentes bienintencionadas), que invitar a otros a compartir un mundo. Lo destituyente le podría decir a lo instituyente, estos versos del Alberto Caeiro:
Hablas de civilización y de no deber ser,
o de no deber ser así.
Dices que todos sufren o la mayor parte,
con las cosas humanas puestas de esta forma;
dices que si fueran diferentes sufrirían menos.
Dices que si fuera como tú quieres sería mejor.
Escucho sin oírte.
¿Para qué querría oírte?
Oyéndote, terminaría sin saber nada.
Si las cosas fueran diferentes, serían diferentes: eso es todo.
Si las cosas fueran como tú quieres, serían sólo como tú quieres.
¡Ay de ti y de todos los que pasan la vida
queriendo inventar la máquina de hacer felicidad!
- No se trata necesariamente de destruir ni prescindir de las instituciones sino de instalar una discontinuidad entre ellas y nuestras vidas, entre sus poderes, sus leyes, sus valores y nosotros. Una discontinuidad que nos permita hacer un uso de ellas que le convenga a nuestras pasiones, a nuestros mundos. ¿Hasta dónde una fuga es destituyente? Otros versos de Álvaro de Campos pueden iluminar algunas trampas de la utopía de la huida:
Me fui al campo con grandes propósitos
pero ahí solo había pasto y árboles
y cuando había gente era igual a la otra.
- Lo destituyente apunta a correr del centro de nuestros modos de organización al individuo, la identidad, la persona, el autor, el líder. ¿Cómo hacer para no salir del plano de la horizontalidad? ¿Cómo evitar la producción de cabecillas… que luego querremos derrocar… y luego ocupar su lugar, hasta estallar? ¿Cómo hacer para no alimentar lo insoportable de nuestras comunidades terribles?
Puede que estemos un tanto desorientados, perdidos, en este mundo violento, complejo, tan dantesco como quijotesco. No busquemos −porque no encontraremos− en “lo destituyente” una ruta, ni un salvavidas o un barco que nos lleve a todos juntos a un hermoso puerto. Sin embargo, ya está sirviendo para encontrarnos con algunas amistades. ¿Acaso hay otra cosa?
1 Se puede acceder a la versión traducida y publicada en 2021 por Artillería Inmanente aquí: https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=2027 En su introducción puede encontrarse un rastreo de las diferentes versiones.
2 Idris Robinson (2022). Introducción a la traducción inglesa de «Sobre el poder destituyente» de Mario Tronti. Traducida y publicada en: https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=2027