LO DESTITUYENTE
Ruptura de la dialéctica entre lo instituido y lo instituyente
“O bien uno sale de inmediato, sin perder el tiempo criticando,
simplemente porque se encuentra situado fuera de la región del adversario,
o bien critica, mantiene un pie adentro mientras tiene el otro afuera. […]
Hay que saltar afuera y danzar por encima.” Jean-François Lyotard
“la multiplicidad destituye cualquier oposición,
y rompe el movimiento dialéctico.” G. Deleuze y F. Guattari
El análisis institucional, nacido a fines de la década del sesenta en el seno de la sociología crítica francesa y de referencia en el Río de la Plata, reconocía tres momentos o fuerzas en el concepto dialéctico de la institución: lo instituido, lo instituyente, la institucionalización. En esta línea, y en el entendido de que la institución cumple tanto una función terapéutica como es productora de enfermedad, la psicoterapia institucional se ha servido de ese concepto para desarrollar toda una (micro)política libertaria con el fin de curar las instituciones.
Ahora bien, ¿es posible pensar en nuestra época una potencia más allá de aquella dialéctica? En “Elementos para una teoría de la potencia destituyente” Giorgio Agamben postula que corresponde a la teoría de la destitución definir nuevas estrategias afines con las formas de vida disidentes y la política venidera ‒que de alguna manera ya está en curso a través de diversas prácticas y experiencias. Por su parte, el Comité Invisiblerechazaba en A nuestros amigos la idea de revolución entendida como dialéctica entre lo constituyente (la toma de control del aparato de poder, que siempre destruye y recrea nuevas formas del derecho) y lo constituido ‒tal como lo plantea Toni Negri en El poder constituyente. Así, también a partir de planteos de Walter Benjamin, el Colectivo Situaciones, Ignacio Lewkowicz, Mario Tronti, Marcello Tari, Paul B. Preciado, la distinción entre lo destituyente y lo constituyente se ha vuelto útil para pensar las insurrecciones que se multiplican en este siglo tanto en América Latina (desde las protestas y piquetes de diciembre de 2001 en Argentina al son de “¡Que se vayan todos!” hasta el reciente estallido social en Chile) como en otras partes del mundo.
En latín destituere significa: poner de pie aparte, erigir aisladamente; abandonar; apartar, dejar en la estacada, suprimir; decepcionar, engañar. ¿Qué significa, entonces, destituir instituciones como el Estado, la universidad, la medicina, la familia, el binarismo sexual, el género, la justicia, la ley, el gobierno, o incluso la obra de arte o el sujeto? O mejor, ¿qué implica el gesto de salida destituyente que no busca oponerse a estas instituciones sino, más bien, desactivar la necesidad que tenemos de ellas? ¿Es acaso la destitución la que ofrecería una salida posible a la nueva normalidad capitalista?
Invitamos a recorrer, singular y/o colectivamente, los textos de este dosier sobre “Lo destituyente” a:
Quienes presientan que algo del colapso del mundo también salpica y cunde por las costas y las praderas uruguayas, devenidas “oportunidades de negocios” y “campos de inversiones”, mientras Ose sirve salmuera y el pan cuesta un ojo.
Quienes perciban que la tristeza de la política se conserva en las urnas atiborradas con votos que (por suerte) nadie sabrá cumplir.
Quienes intuyan que la circulación de la vida se intensifica con encuentros y encuentros. (Y para todos los tránsitos: fibra, fibra y fibra. Cardíaca, vegetal, óptica, musical y metafórica.)
Quienes experimenten la intensificación del vivir en la palabra en acto, antes que en los ritos expiatorios pautados por los calendarios partido-mediático-empresariales.
Quienes piensen que la quietud glacial de la época se disuelve en la resistencia del aire: quienes sientan que el aire resistente es una buena música y una buena casa.